Las décadas
siguientes a la II Gran Guerra, hasta el despertar que supuso la primera crisis
del petróleo en 1973, fueron una época de prosperidad económica sin precedentes
y de hegemonía política occidental incuestionable. Esta situación estimuló una
nueva perspectiva relativamente materialista que llevó a la sociedad a
considerar que existía un modelo histórico y que el progreso tecnológico era la
clave para mejorar la sociedad.
“El neoevolucionismo que se desarrolló
en los Estados Unidos durante la década de los sesenta fue otro intento de los
antropólogos que vivían en un país políticamente dominante por ‘naturalizar’
esa situación mediante la demostración de que se trataba de un proceso
evolutivo que había permitido a los seres humanos adquirir un mayor control
sobre su medio ambiente y una mayor libertad con respecto a la naturaleza.” (Trigger,
1992; Pág. 271)
Los
evolucionistas del siglo XIX tienen la creencia de que las sociedades tienden a
ser más felices cuanto mayor desarrollo alcanzan, mientras que los
neoevolucionistas piensan que las sociedades más simples son más felices que
las complejas. Pero, mientras los evolucionistas del siglo XIX consideraban
primordial el concepto de progreso social, los neoevolucionistas descartan el
determinismo e introducen la probabilidad. Argumentan que las sociedades
preservan su estilo de vida, su cultura a menos que factores fuera de su
control provocaran un cambio. Su postura es muy cercana a la de los
difusionistas, muy lejos de la creatividad individual que había defendido
Spencer y los evolucionistas del XIX para intentar explicar el cambio cultural.
Ahora bien, los neoevolucionistas racionalizan su postura en términos de
ecosistemas y superan mediante la evidencia arqueológica las notables
similitudes que los difusionistas no pudieron explicar. Su línea fundamental de
investigación se orienta hacia el análisis del cambio social y de los patrones
de desarrollo que tengan relación con la cultura. Ahora bien, entienden que la
cultura es sólo uno de los tres niveles de fenómenos en que se desarrolla el
mundo. Así pues, a los fenómenos culturales hay que añadirles los físicos y
biológicos. Por tanto la distinción entre ciencias naturales y sociales se basa
no en el método sino en la naturaleza del objeto de estudio.
Con
antecedentes en Alexander Lesser y Gordon Childe, los exponentes fundamentales del neoevolucionismo son
Leslie White y
Julian Steward (Trigger, 1992) .
Lesser, otro
de los alumnos de Franz Boas, a finales de los años treinta creía que las
sociedades evolucionaban desde formas simples a formas complejas introduciendo
de nuevo la perspectiva evolucionista en las ciencias sociales. En 1939 Lesser rompió públicamente con el
particularismo histórico, argumentando que era posible conocer y demostrar las
reglas generales de la evolución cultural (Belmonte; 1985). Por su parte
Childe, durante el tiempo que dirige el Instituto de Arqueología de la
Universidad de Londres se acerca al estudio de la evolución social desde una
posición cercana a posiciones netamente materialistas:
“En esta etapa se dedica a profundizar
en los aspectos teóricos más oscuros y complejos del marxismo, de manera que
puede decirse que su compromiso ideológico e intelectual con el marxismo se fue
acrecentando conforme pasaba el tiempo. Durante esos años publica un libro y
siete artículos dedicados a tratar el tema crucial de la evolución social.” (Alcina
Franch, 1999, Págs. 82-83)
Su
explicación de la revolución neolítica debida a la posibilidad de generar
excedentes posibilitando cambios tecnológicos y un significativo aumento
poblacional refleja un evolucionismo multilineal.
Leslie White
(1982), el primer impulsor del neoevolucionismo, rechaza el particularismo
histórico de Boas y el reduccionismo psicológico de la escuela de cultura y
personalidad y se considera a sí mismo un heredero de Morgan y
su evolucionismo. White introduce un nuevo concepto “Evolución general,” que trata el progreso como una característica
cultural general, aunque no necesariamente específica.
Al
introducirse en el estudio de los fenómenos que comprenden el mundo White creía
que podían ser explorados a partir de
tres diferentes puntos de vista: el histórico, el funcional y el evolucionista
o formal temporal. El punto de vista histórico estudia la cultura con un
enfoque diacrónico y particularista. El estudio funcional plantea una foto
fija, un estudio sincrónico que pretende discernir la estructura formal de una
sociedad y las interrelaciones funcionales de sus componentes. Mientras que, el
estudio evolucionista es generalizador y diacrónico ya que ve los casos
particulares como generales de tendencias mayores.
Las dos obras
más ambiciosas de White se publicaron en 1959 (Marzal, 1997) y en ellas habla de la cultura como de
un fenómeno humano general y pidiendo que no se hablase de culturas en plural.
Esa afirmación representa una maduración desde posiciones anteriores, pues como
nos dice Trigger (1992, pág. 273) :
“A pesar de los esfuerzos que a veces
hacía White por imponer sus teorías, también puso de manifiesto que éstas
servían para estudiar las líneas generales del desarrollo cultural, pero no
para inferir rasgos específicos de las culturas individuales.”
Describió la
cultura como un elaborado sistema termodinámico. Si inicialmente afirmó que la cultura
funcionaba encaminada a lograr que la vida humana fuera más segura y duradera,
a posteriori, en línea con la teoría de sistemas, rechazó esa visión
antropocéntrica reflejando que únicamente evolucionaban para conseguir sus
propios intereses. Es decir, la cultura se conforma como un sistema y su fin es
la performatividad del propio sistema, como ya vimos al hacer referencia, por
medio de Lyotard (1989) a la actual Systemtheorie
de los teóricos alemanes.
Su percepción
del cambio cultural es, por tanto, materialista y altamente tecnocrática:
“En su opinión, los sistemas culturales
se componen de elementos tecnoeconómicos, sociales e ideológicos y que
“sistemas sociales están….determinados por los sistemas tecnológicos, y la
filosofía y las artes expresan la experiencia tal como queda definida por la
tecnología y reflejada en los sistemas sociales””. (Trigger, 1992, pág. 272)
Sostenía que
el subsistema tecnológico desempeñaba un papel fundamental pues era el factor
determinante de la evolución cultural. Y así, formuló su “ley básica de la evolución” que constataba que la cultura
evolucionaba a medida que se incrementaba la cantidad de energía utilizada per
cápita.
Cultura=EnergíaXTecnología
(C=EXT)
De tal
ecuación podemos deducir que White ignoró la influencia del medio ambiente y de
una cultura sobre otra, lógico por cuanto no entendía la cultura como un
plural:
“se concentró en la explicación de la
línea principal del desarrollo cultural, que estaba marcado por la cultura más
avanzada de cada período sucesivo sin tener en cuenta su relación histórica.” (Trigger, 1992, pág. 272) .
Pese a que
frecuentemente se asimila la “ley básica
de la evolución” de White con el marxismo la realidad es que sólo comparte
una orientación materialista general y refleja la tendencia de los
investigadores del neoevolucionismo de relacionar la tecnología con la
sociedad, por encima de la relación del propio individuo.
En “La ciencia de la cultura” (1982)
White, tras analizar los conceptos de cultura que se habían ido definiendo, afirma
que existe una absoluta falta de acuerdo sobre lo que tal término significa. No
deja de ser significativo que hoy, medio siglo después, sigamos afirmando lo
mismo. Para White (citado por Marzal, 1997, pág.147) la cultura se define como:
“la clase de cosas y acontecimientos que
dependen del simbolizar, en cuanto son consideradas en un contexto
extrasomático”.
Por su parte,
Steward trabajó en un enfoque alternativo, definido por él mismo como “ecología cultural”, multilineal,
ecológico y, realmente, mucho más empírico en el estudio de la evolución
cultural. Steward (Gil, 2010) .
Puso los cimientos sobre los que se desarrolló el enfoque ecológico que
investigaba sobre el papel de la interacción de las condiciones naturales con
la tecnología y la economía, como causantes de la variación en los sistemas
culturales. Ahora bien, suponía que había regularidades en el desarrollo
cultural y que las adaptaciones ecológicas eran vitales para determinar los
extremos de las posibles variaciones en los sistemas culturales.
Mediante la
realización de estudios comparativos, clasificó y definió varios modelos de
culturas, a los que definió como “núcleos culturales”, adaptados al medio
ambiente y, cada uno, con un nivel diferente de integración socio-cultural.
“Estas similitudes constituían el
‘núcleo cultural’, que consistía en aquellos rasgos de la cultura que estaban
relacionados más de cerca con actividades de subsistencia. El núcleo abarcaba
modelos económicos, políticos y religiosos que podían estar empíricamente
determinados para tener un significado adaptativo primordial.” (Trigger, 1992, pág. 273) .
Su
aproximación al concepto de cultura le hacía contemplarla como un sistema de
prácticas mutuamente reforzadas y soportadas por un conjunto de valores que
determinan el comportamiento humano.
Estos dos
diferentes enfoques se reconcilian en la obra de Sahlins y Service (Trigger,
1992) que establecen dos tipos de evolución: general y específica, teniendo que
ver respectivamente con el progreso, según el concepto de White, y con la
adaptación, tal como la analiza Steward:
“a través de una modificación de adaptación:
las nuevas formas se diferencian de las viejas. Por otra parte, la evolución
genera progreso: las formas superiores surgen de las inferiores y las
sobrepasan” (Shalins, 1992, pág. 371)
El
neoevolucionismo ha sido una de las bases teóricas más utilizadas para
justificar la diversidad cultural y, al mismo tiempo, el primer intento de
recuperar un concepto nomotético de la cultura.
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