3/31/2011

El derecho a la cultura y las políticas culturales.



Dentro de los Derechos Sociales, entre los que debemos encuadrar los Culturales, nos encontramos con que algunos Derechos consisten en una concesión de títulos, mientras que otros constituyen un añadido de provisiones que deben facultar a los más necesitados el acceso al ejercicio de tales derechos.
Estos añadidos se instrumentan a través de políticas de redistribución de recursos para paliar la desigualdad en la distribución de las oportunidades y de políticas de reconocimiento que posibilitan el ejercicio de una discriminación activa que suavice la situación de desventaja de determinado grupo.
El lugar donde la Administración Cultural coloque teóricamente el Derecho a la Cultura va a fijar las políticas culturales, entendidas como “El conjunto de operaciones, principios, prácticas y procedimientos de gestión administrativa o presupuestaria que sirven de base a la acción cultural de las Administraciones”.
Existen importantes diferencias entre el Derecho a la Cultura y el resto de los Derechos sociales basadas fundamentalmente en la desagregación de los intereses culturales, hay carencia de necesidades de carácter cultural que sean asimilables a las necesidades básicas lo que impide su expresión bajo la forma de demandas.
Cuando existe demanda, en la mayoría de los casos, proviene de grupos implicados económicamente en la gestión de la cultura o bien es generalizada e inespecífica, salvo en el caso de los equipamientos culturales.
Será por tanto el nexo con lo social y la aplicación de políticas de reconocimiento y redistribución las que orienten la política cultural, con una visión que asimila la falta de integración y marginalidad a la falta de cultura, entendiendo ésta como sinónimo de educación o formación.
Pero existe una enorme variedad de facetas de lo cultural y si se atiende al acceso a determinados bienes y servicios culturales, también se debe atender a la conservación del patrimonio cultural y es en esta actividad, perfectamente legislada y regulada, donde existe una mayor dificultad para encontrar cauces de participación y donde los sistemas que ofrecen una mayor participación a los ciudadanos chocan con la realidad.
Hasta los años setenta la cultura de elite protagonizaba el panorama cultural. La cultura estaba reservada a aquellos que poseían la formación para generarla, interpretarla y vivirla y sus contenidos estaban limitados por la concepción del Arte y el Patrimonio.
Por esa misma época se impulsó la aplicación de políticas culturales consiguiendo superar la cultura elitista, apareciendo dos conceptos: democratización cultural y democracia cultural.
El Consejo de Europa, en su reunión en Oslo de 1976, fijaba los objetivos de las políticas culturales que debían desarrollar sus estados miembros: Preservación del patrimonio, igualdad de acceso a la cultura con especial énfasis en las obras de arte y el acceso de todos a la creación.
Pero las políticas culturales únicamente desarrollaron el concepto de democratización cultural, facilitando el acceso de todos a la cultura a través de la difusión de conocimientos y la puesta en marcha de equipamientos culturales que favorecen el disfrute de los bienes culturales por parte de la sociedad.
Sólo unos pocos poseen la cultura y la transmiten al resto de la sociedad, consumidores pasivos de la misma, convirtiéndola en objeto de consumo. El concepto de democratización cultural va pues unido al de difusión y tiene su origen en los países anglosajones.
En los años ochenta y asociado al postmodernismo se inicia el desarrollo del concepto de democracia cultural. La imaginación, creatividad, improvisación y negociación que caracterizan el postmodernismo se enfrentan a la racionalización, adaptación y gestión que configuraron la modernidad. Así pues, múltiples subculturas (entendidas como formas de vida, según la concepción de Habermas) y no ya como objeto de consumo se convierten en ámbito de desarrollo personal y colectivo. Las acciones culturales se desarrollan en diversos grupos o asociaciones culturales, superando el concepto que Bendix tiene de la participación, entendida más como posibilidad y no como acción: “…aunque la condición de ciudadano permite una participación más activa, sólo en contados casos requiere una acción efectiva.”
El concepto de democracia cultural va unido al de animación, como sinónimo de vitalización. Es una tecnología una metodología capaz de impulsar actividades sociales diversas. Su lugar de desarrollo se fija fundamentalmente en los equipamientos culturales de tercera generación. Centros cívicos o culturales que se acercan a la participación. 
 Pero este nuevo concepto, convive que no sustituye al anterior de democratización cultural. Una de las muestras es la promoción de ramas de actividad cultural de escasa rentabilidad, generadoras de nuevos criterios de diferenciación social, por cuanto priman facetas de actividad de carácter minoritario, accesibles a personas con un amplio capital cultural, en competencia con otras actividades. Los equipamientos necesarios para esas actividades buscan más el prestigio y la representación social que ser foros de participación. En centros distribuidos por los barrios y con gestión de los propios vecinos asociados es, donde en mi opinión, debe generarse la política participativa en materia de cultura.






3/28/2011

@rosanala, @olmillos ,Twitter y un Congreso

Esta pasada semana he participado en el II Congreso Nacional sobre Convivencia y Resolución de Conflictos en Contextos Socioeducativos coordinando un Symposium que tenía como hilo narrativo "La Interculturalidad y su contribución a la solución de conflictos".
Sin hacer mayor mención al mismo, si quiero resaltar el proceso de selección de dos de los participantes. Solucionada la participación de la propia Universidad de Málaga, a través de una de sus profesoras, así como un  referente institucional de la Comunidad Autónoma de Navarra en base a la importancia de los conflictos posibles que el terrorismo, que nuestro país ha sufrido, pueda generar en la mencionada Comunidad, restaba la selección de otros dos miembros del symposium.
Y, teniendo en cuenta la importancia creciente que las redes sociales adquieren en nuestro diario vivir, decidí utilizar el recurso de mis contactos en Twitter. Para mi existe una realidad: mi presencia en la red me ha permitido adquirir conocimiento, compartir experiencias y, al final, conocer personalmente a amigos virtuales que han trabajado y se han ilusionado conmigo y yo con ellos. Mi amistad y mi agradecimiento a @rosanala y @olmillos que a través de Twitter han contribuido a enriquecerme como persona y como profesional.

3/18/2011

Movimientos sociales y Partidos Políticos

Resulta extremadamente complejo identificarse con la totalidad de una ideología de transformación total de la sociedad, como la que sostienen las organizaciones políticas que se definen como partidos. La transformación de las estructutras sociales y económicas que se produjo en las últimas décadas del siglo generaron unas dinámicas que ya no son reductibles a “una metafísica del actor” . Esos cambios sociales confirieron una nueva dimensión a los movimientos sociales que abandonan el conflicto de clase. La cultura y su dimensión simbólica, cobran mayor importancia y comienzan a aunar las reivindicaciones de los nuevos movimientos sociales.
La especialización, una composición heterogénea y multiclasista  y la "life politics", configuran sus señas de identidad. Al mismo tiempo, su estructura deja de ser jerárquica y se hace horizontal, dotando de gran protagonismo a las relaciones de red.
Pero los partidos políticos siguen ocupando el espacio y manteniendo un proyecto que abarca todos los espacios de la vida, generando una cultura propia que construye identidad y se recicla a medida que cambian las circunstancias, refuncionalizando esa cultura como recurso y acercándose a la actitud de los nuevos movimientos sociales sin compartir sus características y su visión de la "acción como mensaje", sino desgajando el mensaje de la acción, que puede ser contradictoria y contribuye a la permanente crisis de lo político.
Hoy es más necesario que nunca repolitizar los espacios públicos, pero desde la acción ciudadana y la participación, desde la estrcuturas flexibles de la sociedad, intentar como decía Foucault "coger al poder en sus extremidades, allí donde se vuelve capilar" para evitar objetivizarlo en instituciones cuasi-personalizadas.



3/14/2011

Apoyemos a Japón, provoquemos un crak en su bolsa

Los maravillosos sentimientos de solidaridad que tienen asiento en el corazón de los inversores han quedado de nuevo al descubierto en la primera apertura de la Bolsa de Tokyo tras la catástrofe. En una maniobra que parece sincronizada todas esas fantásticas personas (físicas o jurídicas) que velan por la seguridad financiera de todos los seres humanos han vuelto a demostrar su valía y su apoyo al sistema intentando conseguir honrados beneficios a partir de cualquier catástrofe. Un aplauso a la gran banca, a los fondos de inversión y a todos los capitalistas en general que de nuevo nos demuestran la vieja teoría : "cuando el barco tiene problemas, las ratas son las primeras que lo abandonan", sigamos  apoyando a nuestros grandes empresarios en la tarea común de enriquecerlos

3/07/2011

Gestion de la diversidad

 
Introducción
Coincido con Carrithers (1995, p. 17) en que la pregunta fundamental que puede plantearse un investigador de lo cultural es. “¿Qué es lo que debe ser considerado cierto para los humanos en general? Los filósofos griegos, el cristianismo medieval, la Ilustración o los primeros liberales desarrollaron teorías monistas basadas en la uniformidad de la naturaleza humana, y su primacía sobre las diferencias, el valor de la arzón y la comprensión de la diversidad como diferencia específica. Pero, pese a todo, sigue estando abierta la pregunta. Creo que si llegamos a determinar las formas de diversidad existentes, podríamos comprender que unifica esta diversidad. Así pues, estudiar y comprender la diversidad puede ayudarnos a formular nuevos universales construidos desde el diálogo que sirvan de base a la nueva sociedad global.
Nunca como hoy hemos tenido tan presente la palabra cultura en nuestro vocabulario diario. Los políticos la convierten en un elemento clave de la democracia y en instrumento para salir de la crisis. El presidente del Partido Popular en España[1]  afirma: que la cultura es: “un asunto de Estado que trasciende cualquier división ideológica y partidista al constituir uno de los elementos que vertebran la identidad de la Nación española”. El Plan Estratégico para la Cultura en Andalucía la define como:”un derecho ciudadano y recurso social y económico”. Hablamos de cultura empresarial, de cultura política, aseguramos que un centro educativo tiene su “cultura”, incluso llegamos a afirmar que tal o cual elemento de cualquier juego no están en la cultura de tal o cual entrenador. Kuper (2001, p. 19) dice que la belleza de toda esta situación es que nos encontramos ante algo que todo el mundo entiende y nos propone una cita de Larissa Mac Farquar:
“Tratamos de vender semiótica, pero lo encontramos algo difícil’, informaba una compañía londinense llamada Semitic Solutions, ‘así que ahora vendemos cultura. Ésta [noción, palabra] la conocen. No tienes que explicarla’. Y no hay motivo ni llamamiento alguno para no tratar la cultura como se merece. ‘La cultura lleva la voz cantante por lo que se refiere a motivar la conducta del consumidor’, proclama un folleto de la empresa, ‘más persuasiva que la razón más de masas que la psicología”.
Pero, al mismo tiempo, la cultura bien podría estar, siguiendo a Kuhn (1989, p.21), en una “crisis del paradigma”, desconfianza de las reglas de solución normales y proliferación de teorías especulativas, porque existen distintas teorías de la cultura en la postmodernidad que reflejan claramente ese nivel especulativo.
Ahora bien, ¿Cuándo hablamos de cultura, multiculturalidad, multiculturalismo, interculturalidad…….estamos todos hablando de lo mismo? La cultura y sus epígonos son conceptos clave de discusión en muy diversos ámbitos en la actualidad. Existen conceptos que encierran dentro de sí un proceso continuo de transformación con diferentes  velocidades e intensidades y su significado se mueve en búsqueda de nuevas significaciones. Los términos que estructuran nuestro estudio se ajustan a tal situación.
La sociedad multicultural, entendida como diversificación cultural de la sociedad, se configura como una de las cuestiones, como uno de los problemas que el mundo de hoy debe resolver. Quizás por ello, son numerosas las aportaciones desde distintas disciplinas acerca de la emergencia de lo identitario, así como de la reivindicación y reconocimiento de las diferencias en las sociedades actuales. En los últimos años, las preguntas acerca de cómo pensar y articular la “diferencia” desde los modelos occidentales de igualdad y derechos han supuesto uno de los temas de debate de mayor calado e interés.
Parece evidente que la educación ha sido uno de los ámbitos en los que las teorías interculturales han tenido una mayor importancia y desarrollo. De hecho, la interculturalidad nace como una cuestión pedagógica: la de dar respuestas educativas a las identidades y articular las particularidades en el marco de las instituciones de educación. La de implementar una pedagogía del reconocimiento de las culturas y para las culturas capaz de mitigar el impacto homogeneizador de la cultura dominante.
Desde esa realidad, nuestro interés por este ámbito de estudio surge como curiosidad y pregunta acerca de la , y está motivada por cuestiones que seguramente abarcan problemáticas ubicadas mucho más allá de la propia pedagogía. La idea de la identidad y la diferencia, y de cómo éstas configuran un “lugar” social para los individuos, la extrañeza frente a la simplificación de los contenidos con que solemos describir las identidades, sus adjetivaciones, no sólo culturales, constituyen uno de los interrogantes iniciales de este trabajo.

Diversidad

Es importante constatar que la diversidad no se encuentra en territorios lejanos, está con nosotros, en los trabajadores que nos atienden en los comercios, en la variedad de los restaurantes y en las diferentes lenguas que escuchamos en nuestros autobuses. Comenzaremos con una visión de las sociedades multiculturales, con la multiculturalidad entendida como situación social, así como a las respuestas políticas que los diferentes estados han articulado, con una especial referencia al multiculturalismo. Entendemos por multicultural aquella sociedad que engloba a varias comunidades, pero no en cuanto a diferencias per se, sino en aquellas que tienen por sustento la cultura. En las sociedades actuales la diversidad cultural puede adoptar múltiples formas, variedad grupal dentro de los esquemas de la cultura dominante o presencia de comunidades que viven de acuerdo con sus propios sistemas de creencias y prácticas (Parekh, 2005).
Las diferencias que conforman lo cultural, se caracterizan por llevar, en si mismas, un sistema estructurado de significados, no puede equipararse a aquellas diferencias que surgen de las elecciones individuales. Desde este punto de partida, es evidente que nuestra toma de posición en relación con el concepto de cultura condicionará el análisis. Quiero hacer referencia igualmente al término “multiculturalismo”, entiendo que podemos acercarnos a su concepto desde dos planos: 1) como respuesta institucional a la multiculturalidad, designando, en este caso, las políticas de atención a las minorías desarrolladas fundamentalmente en los países anglosajones, y 2) como doctrina que respalda la concesión de derechos diferenciados a las minorías culturales.
Siguiendo a Parekh, podemos afirmar que la diversidad cultural adopta, en nuestras sociedades modernas, múltiples formas, si bien hay tres destacables que denomina: 1.- diversidad subcultural, 2.- diversidad de perspectiva y 3.- diversidad comunal. (2005, p.17-18):
Si bien estos tres tipos de diversidad comparten ciertos rasgos comunes (llegando a veces a solaparse), también difieren en importantes aspectos. La diversidad subcultural está incardinada en una cultura compartida que se desea abrir y diversificar, no reemplazar por otra. Esto no significa que sea más superficial o más fácil de encajar que otros tipos de diversidad. Matrimonios cuyos miembros sean del mismo sexo, la cohabitación y la cuestión de los padres homosexuales a menudo ofenden profundamente y provocan fuertes reacciones entre muchos miembros de la sociedad. Sin embargo, su reto se mantiene dentro de un ámbito limitado y se articula en términos de valores que, como la autonomía personal y la libertad de elección provienen (En el caso de occidente) de la cultura dominante. La diversidad de perspectiva supone una visión de la vida que la cultura dominante, o bien rechaza en su conjunto, o bien acepta en teoría pero rechaza en la práctica. Es más radical y abarca más que la diversidad subcultural y no resulta tan fácil de encajar. La diversidad comunal es algo bien diferente. Nace y se sostiene a partir de una pluralidad de comunidades largo tiempo establecidas, cada una de las cuales cuenta con su propia y larga historia y una forma de vida que desea preservar y transmitir. En este caso, la diversidad es robusta y tenaz, tiene representantes sociales bien organizados y resulta, a la vez, más difícil y más sencilla de encajar, dependiendo de su profundidad y sus demandas.”
Una rápida a la mayoría de las sociedades occidentales nos permite descubrir la presencia de estas tres formas de diversidad, por lo que adoptaremos su clasificación en nuestro estudio. Consideraremos por tanto incluidos en los criterios de multiculturalidad a las personas homosexuales, las feministas, ecologistas, las agrupaciones religiosas, las medioambientales, junto a gitanos, vascos, escoceses, catalanes o los recientes grupos de inmigrantes.
Pese a esa realidad, el uso del concepto “multiculturalidad”, suele restringirse centrándose en la diversidad comunal, bien sea por las diferencias que existen los planteamientos, bien porque la construcción del término en los países anglosajones se alimentaba de esa diversidad. Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá y Australia recurrieron al “multiculturalismo” en un intento de solucionar los problemas a los que se enfrentaban, ya que habían asumido la existencia de una única cultura nacional que era capaz de asimilar a todos los ciudadanos, y la realidad les mostró la existencia de grupos dentro de sus fronteras, que o no podían, o no querían asimilarse. No obstante, en nuestro planteamiento consideramos todas las formas de diversidad.
Pero, el fenómeno de la “multiculturalidad” nos es simplemente una realidad contemporánea fruto de la globalización, es un fenómeno histórico, ya que ha estado presente a lo largo de la historia. Existían sociedades multiculturales con presencia de grupos minoritarios, si bien tradicionalmente esos grupos asumían su condición subordinada a la cultura mayoritaria y se mantenían en el espacio físico y social que les era atribuido. El imperio otomano nos puede servir de ejemplo, basándose en una estructura denominada “millet” que contaba con amplias comunidades judías y cristianas denominadas “dhimmis” instaladas en su territorio a las que se garantizaba un alto grado de autonomía. Únicamente los musulmanes ostentaban plenos derechos de ciudadanía, pero las comunidades protegidas contaban con derechos culturales aunque no políticos.

La gestión de la diversidad

La realidad de las sociedades multiculturales exige el equilibrio de dos principios contradictorios, por una parte mantener la cohesión social, pues sin tal requisito es complicado mantener la unidad política y, al mismo tiempo, debe abordar la gestión de la diversidad.
Podemos plantearnos si la diversidad un fenómeno transitorio o permanente y si es un valor deseable para la sociedad. Pero, desde esa realidad a la que hacíamos mención, el problema que nos surge es como debe el Estado debe gestionar esa diversidad, cuál es el límite permisible y si debe desarrollar un tratamiento igualitarios de todas las culturas o privilegiar la cultura dominante.
En nuestra opinión, y basándonos en una concepción de la cultura similar a la planteada por Bauman (2002), la diversidad es una factor de riqueza.
“El factor más prominente de la vida contemporánea es la variedad cultural de las sociedades, más que la variedad de culturas en la sociedad: aceptar o rechazar una forma cultural no es más que un trato puntual, no requiere aceptar o rechazar todo el inventario existente ni implica una “conversión cultural”. Y tal vez siempre haya sido así. Pero incluso si, en algún momento, las culturas fueron sistemas completos en el que cada unidad era crucial e indispensable para la supervivencia de todas las otras, es casi seguro que lo han dejado de ser”.
Desde esta posición, la “interculturalidad” entendida como metodología, conjunto de procedimientos que orienten lo cultural, basados en el diálogo, la autocrítica y la heterocrítica, la alteridad, la reciprocidad, la cooperación y la solidaridad como superación de la tolerancia, se nos muestra como uno de los caminos más apropiados para gestionar la diversidad.  Y esa gestión, no ha delimitarse únicamente a las acciones interculturales en Educación, sino que ha de trasladarse a los entornos próximos. Una buena práctica intercultural debe extenderse a todos los ámbitos y soportarse desde el desarrollo de los Derechos de Tercera Generación o Sociales.
Dentro de los Derechos Sociales, entre los que debemos encuadrar el Derecho a la Educación y los Derechos Culturales, nos encontramos con que algunos Derechos consisten en una concesión de títulos, mientras que otros constituyen un añadido de provisiones que deben facultar a los más necesitados el acceso al ejercicio de tales derechos. Estos añadidos se instrumentan a través de políticas de redistribución de recursos para paliar la desigualdad en la distribución de las oportunidades y de políticas de reconocimiento que posibilitan el ejercicio de una discriminación activa que suavice la situación de desventaja de determinado grupo.
Existen importantes diferencias entre el Derecho a la Cultura y el resto de los Derechos Sociales basadas fundamentalmente en la desagregación de los intereses culturales, hay carencia de necesidades de carácter cultural que sean asimilables a las necesidades básicas lo que impide su expresión bajo la forma de demandas. Ahora bien, cuando existe demanda, en la mayoría de los casos, proviene de grupos implicados económicamente en la gestión de la cultura o bien es generalizada e inespecífica, salvo en el caso de los equipamientos culturales.
Será por tanto el nexo con lo social y la aplicación de políticas de reconocimiento y redistribución las que orienten la política cultural, con una visión que asimila la falta de integración y marginalidad a la falta de cultura en su original acepción proveniente de la Ilustración que la identifica con educación.
En los años setenta del siglo XX se impulsó la aplicación de políticas culturales consiguiendo superar la cultura elitista, apareciendo dos conceptos: democratización cultural y democracia cultural.
El Consejo de Europa, en su reunión en Oslo de 1976, fijaba los objetivos de las políticas culturales que debían desarrollar sus estados miembros: Preservación del patrimonio, igualdad de acceso a la cultura con especial énfasis en las obras de arte y el acceso de todos a la creación.
Pero las políticas culturales únicamente desarrollaron el concepto de democratización cultural, facilitando el acceso de todos a la cultura a través de la difusión de conocimientos y la puesta en marcha de equipamientos culturales que favorecen el disfrute de los bienes culturales por parte de la sociedad.
Sólo unos pocos poseen la cultura y la transmiten al resto de la sociedad, consumidores pasivos de la misma, convirtiéndola en objeto de consumo. El concepto de democratización cultural va pues unido al de difusión y tiene su origen en los países anglosajones.
En los años ochenta y asociado al postmodernismo se inicia el desarrollo del concepto de democracia cultural. La imaginación, creatividad, improvisación y negociación que caracterizan el postmodernismo se enfrentan a la racionalización, adaptación y gestión que configuraron la modernidad. Así pues, múltiples subculturas (entendidas como formas de vida, según la concepción de Habermas) y no ya como objeto de consumo se convierten en ámbito de desarrollo personal y colectivo. Las acciones culturales se desarrollan en diversos grupos o asociaciones culturales, superando el concepto que Bendix (1974) tiene de la participación, entendida más como posibilidad y no como acción: “…aunque la condición de ciudadano permite una participación más activa, sólo en contados casos requiere una acción efectiva.”
Acompañar ese modelo de política cultural con diálogo, crítica y solidaridad configura nuestra propuesta de acción intercultural que requiere de una actividad interdisciplinar e interdepartamental, un enfoque de la acción ético, social y cívico desarrollado por Banks (citado en Ibáñez Orcajo; 1996).


BIBLIOGRAFÍA
Bauman, Z. (2001). La posmodernidad y sus descontentos. Madrid: Ediciones Akal, S.A.
Bauman, Z. (2007). Miedo Líquido La sociedad contemporánea y sus temores. Barcelona: Editorial Paidós Ibérica, S.A.
Bauman, Z. (2007). Modernidad liquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, S.A.
Bendix, R. (1974). Estado Nacional y Ciudadanía. Buenos Aires: Amorrortu.
De Vallescar Palanca, D. (2003). Hacia una racionalidad intercultural: Cultura, Multiculturalismo e Interculturalidad. Madrid: P.S.
Foucault, M. (2009). Vigilar y castigar:nacimiento de la prisión. Madrid: Siglo XXI de España, Editores, S.A.
Freud, S. (2005). El malestar en la cultura y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial, S.A.
Fukuyama, F. (1994). El fin de la Historia y el último hombre. Barcelona: Editorial Planeta-De Agostini, S.A.
Habermas, J. (2008). El discurso filosófico de la modernidad. Buenos Aires: Katz Editores.
Harris, M. (2000). Antropología cultural. Madrid: Alianza Editorial, S.A.
Ibáñez Orcajo, M. T. (1996). Ciencia multicultural y no racista. Apuntes I.E.P.S. , 1-65.
Iriarte Moncayola, M. (2010). La Educación Intercultural. Una metodología a compartir; desde el aula a los entornos próximos. Organizar y dirigir en la complejidad. Instituciones educativas en evolución (págs. 357-366). Las Rozas (Madrid): Wolters Kluwer España, S.A.
Kuhn, T. S. (1989). ¿Qué son las revoluciones científicas? y otros ensayos. Barcelona: Editorial Pidós Ibérica, S.A.
Kuper, A. (2001). Cultura: la versión de los antropólogos. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S.A.
Lizcano, E. (2005). La metáfora como analizador social. En L. Castro Nogueira, M. Á. Castro Nogueira, & J. Morales Navarro, Metodología de las ciencias sociales (págs. 137-171). Madrid: Editorial Tecnos (Grupo Anaya, S.A.).
Parekh, B. (2005). Repensando el multiculturalismo. Diversidad cultural y teoría política. Madrid: Ediciones Istmo S.A.
Spengler, O. (1993). La decadencia de occidente. Barcelona: Editorial Planeta-de Agostini, S.A.
Steiner, G. (1992). En el Castillo de Barba Azul: aproximación a un nuevo concepto de cultura. Barcelona: Gedisa.



[1] http://www.larazon.es/noticia/3002-la-cultura-pide-un-cambio

3/04/2011

Progreso

Una palabra fundamental en el desarrollo de las teorías de la Ilustración es "progreso", en el marco de la "evolución social unilineal" en la que creían representaba una cierta satisfacción moral en esa linea evolutiva. Pero el "progreso" no tiene ninguna connotación moral simplemente significa un cambio en una dirección definida. El componente moral le fue asignado por los filósofos de la Ilustración y desde ese momento está asociado con el paso a mejores condiciones en un determinado sistema de valores.
Parece bastante claro que los sistemas de valores no son universalmente compartidos y que por lo tanto la satisfacción moral del progreso solo será compartida por nuestros afines.