Uno de los aspectos que me resultaron más apasionantes en mi formación
como historiador fue el del cambio cultural y la diversidad, especialmente
desde su análisis en arqueología. Los conceptos de cultura, cambio cultural,
difusión o generalidad intercultural articulaban diferentes discursos según se
expresara el funcionalismo, el estructuralismo, el procesualismo o nueva arqueología,
el postprocesualismo, el neoevolucionismo o la ecología cultural. En tanto que
la arqueología no puede observar el comportamiento de las culturas que
estudian, los arqueólogos deben inferir el comportamiento y las ideas a partir
de los restos materiales y del impacto que las diferentes culturas generaron. La
nueva arqueología liderada por Binford (1997) definía a la cultura como una
forma extrasomática de adaptación al medio de los seres humanos, pretendiendo la
reconstrucción completa de los procesos culturales del ser humano, con base en
el positivismo lógico y utilizando el método científico hipotético-deductivo,
aunque con un profundo anti-historicismo, llegando a la conclusión de que no hay
un pasado objetivo y de que las maneras que utilizamos para representárnoslo no
son sino textos que producimos en función de nuestra posición sociopolítica. La
necesidad de generalización que difícilmente puede alcanzar al comportamiento
humano configuró la clasificación de sus teorías o generalizaciones en
categorías altas, medias o bajas y permitió la aparición de la teoría de
Alcance Medio, que intentaba utilizar datos etnográficos para unir fenómenos
observables arqueológicamente y comportamientos humanos. Esta escuela con su
materialismo determinista con marcados acentos lamarckianos y su enfoque
sistémico influyeron notablemente en mis concepciones.
Pero, las teorías de nivel medio, y la de alcance medio lo es,
configuran generalizaciones que, desde el postpositivismo, formalmente se estructuran
como leyes universales, lo que en alguna medida viene a considerar a la
naturaleza humana como invariable. Por otra parte, el análisis sistémico de la
cultura, que propone la modernidad, nos la muestra en una permanente crisis,
independientemente de la deriva pesimista de la Teoría de Sistemas que se aleja
del optimismo de Parsons, como afirma Lyotard (1992, p. 34):
.” […]….Parsons en los años 50 asimila la sociedad a
un organismo autorregulado. El modelo teórico e incluso material ya no es el
organismo vivo, lo proporciona la cibernética que multiplica sus aplicaciones
durante y al final de la segunda guerra mundial.
En Parsons, el principio del sistema todavía es,
digámoslo así, optimista: corresponde a la estabilización de las economías de
crecimiento y de las sociedades de la abundancia bajo la égida de un welfare
state moderado En los teóricos alemanes de hoy, la Systemtheorie es
tecnocrática, es decir, cínica, por no decir desesperada: la armonía de las necesidades
y las esperanzas de individuos o grupos con las funciones que asegura el
sistema sólo es un componente adjunto de su funcionamiento: la verdadera
fiabilidad del sistema, eso para lo que el mismo se programa como una máquina
inteligente, es la optimización de la relación global de sus input con sus
output, es decir su performatividad.”
Luhmann (1996) explica que de la Teoría General de Sistemas Abiertos
surgen tres teorías subsidiarias que intentan explicar la relación de los
sistemas con su entorno: 1) Input/Output, 2) Feed Back Negativo y 3) Feed Back
Positivo. Con elevado nivel de relación con la cibernética en su acepción de
arte de conducción de sistemas técnicos y sociales, muestra ese cinismo al que
se refería Lyotard y reserva une elevado índice de construcción teórica para el
análisis de la entropía y la negentropía.
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