4/23/2012

Historicismo y Romanticismo


La reacción crítica a la Ilustración emerge desde el historicismo y el movimiento romántico alemán. El Romanticismo, que se va a extender por toda la geografía europea, comienza dentro del propio mundo ilustrado en los escritos de Rousseau (citado en Mosse; 1997, p.43) en su concepto del “hombre natural” bueno y virtuoso cuando no estaba preso de la civilización. El hombre natural se convirtió en unos de los elementos fundamentales de la atmósfera romántica, pero no podemos olvidar el componente religioso, el pietismo alemán, la “piedad del corazón” como experiencia emotiva y la influencia del movimiento literario “Sturm und Drang”, con sede en Weimar (Mosse; 1997, p. 45), como vemos el Romanticismo incorpora a su atmósfera, las ideas que sostenían el concepto de “Kultur”.
Su configuración social fue la misma que la de la Ilustración: la intelectualidad independiente. No obstante, se observa, como ya hemos comentado, una diferencia clara, los ilustrados se encuentran en las cercanías del poder, ocupan plaza en las universidades, mientras que los románticos están desarraigados del poder, lo que llevará a algunos a solicitar su incorporación a empleos oficiales dependientes de los príncipes alemanes que, poco a poco, van modificando sus posiciones en relación con la “civilisation” francesa incorporándose a la corriente romántica. Estamos, por tanto ante dos movimientos intelectuales  (González García, 1993, p.63):
“Así pues, el enfrentamiento entre ilustración y Romanticismo también se traduce en la rivalidad entre dos tipos diferentes de intelectual”.
Si con la Ilustración adquiere predominancia la acción, con el Romanticismo se eleva a la persona por encima de la acción, primado la emoción y el sentimiento. Debía separarse al personaje humano del entorno, los acontecimientos externos eran meras circunstancias y la realidad ya no determinaba la actuación o la naturaleza humanas. Los sentimientos se elevan por encima de la razón, pese a que pudieran ser irracionales (Mosse, 1997, p. 42)
“El racionalismo del siglo XVIII no había sido frío y egoísta, pero los románticos no establecieron ninguna distinción entre un Scrooge y los que creían que el progreso sólo era posible por la naturaleza racional del ser humano. Para los románticos, la naturaleza humana se describía mejor a través del ‘alma’, que contenía las emociones y potenciaba la imaginación”.
Por otra parte, el Romanticismo intenta mantener al hombre íntegro, salvarlo de esa fragmentación a la que conduce la Ilustración. La naturaleza parece convertirse cada vez más en el dominio de la investigación científica. El terremoto de Lisboa (1755), supuso una brutal conmoción para los románticos de la época, privados de la posibilidad de justificar mediante castigo divino el hecho, la alternativa suponía una ruptura total entre cultura-naturaleza y el convencimiento de que la naturaleza podía ser una fuerza hostil.
A su vez, el nuevo discurso que introduce el historicismo afirma que  el mundo es historia y es, además, la historia de los pueblos. Aparece la noción de pueblo como un todo natural y una realidad histórica, estructurado por lazos de sangre y descendencia y basado en afinidades, tanto físicas como espirituales, con actividades características que lo identifican y con una impronta espiritual propia. Obtiene su aliento del “Volkgeist”, espíritu que con variaciones de un pueblo a otro, se consolida por la coincidencia de voluntades, convicciones y costumbre heredadas en el recorrido de la historia y se asienta en un territorio identificado: la patria.
Con el inicio del nacionalismo y la construcción del estado-nación moderno, basado en un criterio culturalmente homogeneizador, las antiguas comunidades que podían ejercer derechos colectivos y mantener sus prácticas ya no tienen sentido.
“El Estado moderno se basaba en una idea muy distinta de unidad social. En general, sólo se reconocía los individuos como portadores de derechos y se intentaba crear un espacio legal homogéneo compuesto de unidades políticas uniformes y sujetas al mismo cuerpo de leyes e instituciones. Se propuso desmantelar a las comunidades largamente establecidas  y reunificar a todos los individuos así ‘emancipados’ sobre la base de una autoridad centralizada y colectivamente aceptada. Puesto que el Estado no podía funcionar sin la homogeneización cultural y social como base, hace ya varios siglos que se intenta impulsar a las sociedades en esa dirección.” (Parekh; 2005, p. 25).

4/17/2012

Sexualidad y cultura



Con el ensayo "Anthropology Rediscovers Sex" la antropóloga S. Lindenbaum afirma que, con honrosas excepciones, la disciplina antropológica había sido incapaz de enfrentarse a las sorprendente diversidad sexual humana. Efectivamente, desde Malinowski hasta hasta el último tercio del siglo XX, el ensayo de Lindenbaum se publica en 1991, la sexualidad se construye al margen de la antropología.

El ensayo navega desde el paradigma del influjo cultural a la construcción social y cultural de la sexualidad lo que implica una mayor autonomía de la dimensión cultural y, lo más importante, un cambio fundamental de énfasis de lo universal a lo particular, no se trata de una apuesta por grandes teorizaciones sino de las singularidades de una sociedad concreta.

De un modo antropológico, todas las culturas crean con el fin de modelar la organización social, procesos sociales y políticos diversos, que establecerán lo permitido y lo prohibido. Los indicadores de restricción de la sexualidad, son muy diversos dependiendo del momento histórico y de la cultura. En virtud de tales indicadores se aceptaran, proscribirán o harán ilegales distintas conductas. De esto se puede inferir que son dos los procesos sociales que intervienen en la sexualidad:

  1. La sociedad, marca los límites de lo que es o no aceptable sexualmente, son los procesos reguladores del control corporal de los instintos.
  2. Los individuos (actores sociales), le permite abordar su propia sexualidad, son procesos reactivos, el individuo reacciona aceptando o rechazando lo que le es impuesto.
Hasta la publicación del ensayo de Lindenbaum y los trabajos de Manda Cesara la visión de la sexualidad tenía un componente biológico entreverado de una cierta visión cultural, pero en el que la biología resultaba determinante dentro de un modelo bipolar.
Pero las prácticas sexuales, con su elevada diversidad, desbordaban los límites del modelo bipolar con predominio biológico. La reproducción deja de ser el último objetivo y ya no puede establecerse como elemento diferenciador de hombre y mujeres.


Imagen desde http://1.bp.blogspot.com/_Mi2WaVwZC-o/TLxjH0ybA6I/AAAAAAAABNI/k_r7anM8BfA/s400/maya+sex.jpg

4/11/2012

Sobre el "diálogo"

Podemos entender, en una rápida conceptualización, que el diálogo es aquella modalidad de discurso, oral o escrito, en el que dos o más personas o grupos se comunican intercambiando ideas.
Hasta aqui, parece que el concepto es pacífico y no genera ninguna duda. Ahora bien a partir de este momento comienzan las interpretaciones. Mi amigo Max Hernández, con la fina ironía que le caracteriza afirma que el diálogo es  "un soliloquio seguido de aplausos", fantástica interpretación de un enriquecedor intercambio de ideas.
Bromas e ironías al margen, nuestros representantes, que asumen la tarea de tomar las decisiones, son responsables frente a la sociedad y deben abordar los desafíos que ésta enfrenta. Es evidente que en nuestra sociedad el diálogo debe ser democrático y que éste debe configurarse como un proceso que tiene por objetivo construir confianza y entendimiento mutuo más alla de las diferencias y que debe generar resultados positivos, para la sociedad en general y para cada una de las personas o los grupos protagonistas del diálogo. Cada iniciativa de diálogo debe tener un propósito concreto y ajustarse a una situación conflictiva o a la resolución de un problema en particular.
No se que podeis pensar vosotros, pero yo particularmente no tengo la sensación de que las llamadas al diálogo que proliferan entre los discursos de nuestros políticos tengan nada que ver ni con el diálogo democrático, ni con la necesidad de sociedades participativas y con amplia presencia de los ciudadanos.

4/09/2012

Cultura: el inicio del cambio, la ruptura de las certidumbres


En 1929, Lucien Febvre (citado en Kuper; 2001, p.41-47) organizó un seminario de fin de semana, cuya temática general se centró en la civilización “Civilisation: le mot et l’idée”. Su exposición recogió, a modo de introducción, el debate sostenido en la Sorbona sobre la “civilización” de las tribus sudamericanas, a las que, no mucho tiempo atrás, la Ilustración habría calificado de salvajes.
“’Pero ya hace largo tiempo que está vigente el concepto de una civilización de gentes no civilizadas’ (añadió el punzante comentario de que se podía imaginar a un arqueólogo ‘hablando serena y fríamente de la civilización de los hunos, que antes habían sido denominados ‘el mayal de la civilización’.”
Como ya hemos mencionado el concepto arqueológico de cultura y civilización, comienza a hacerse visible en el discurso general de la Academia. Tras los primeros pasos, la definición y sistematización del concepto de cultura y civilización en arqueología, fue llevada a cabo por Gustaf Kossina (citado en Trigger; 1992, p. 157), en su obra “Die Herkunft der Germanen” (El origen de los Alemanes), en un entorno ya caracterizado por el nacionalismo y por las teorías racistas.
El concepto de civilización había ido conformando dos corrientes interpretativas distintas, por una parte, la palabra definía la propia civilización francesa, hija de la Ilustración y considerada referente para el resto de los pueblos, mientras que, por la otra parte, se hacía referencia a un uso etnográfico que había iniciado su recorrido en las postrimerías del siglo XVIII. Este concepto no suponía ningún juicio de valor, sino que se conformaba como una referencia técnica al conjunto de características intelectuales, morales, económicas, religiosas y políticas de la vida social de una comunidad.
Febvre fija la aparición del término “civilisation” en 1766, extendiéndose su uso durante la década de 1770, para incorporarse al diccionario de la Academia Francesa en 1798.
En la línea de evolución cultural unilineal desarrollada por el pensamiento ilustrado, se utilizan los vocablos “salvaje” y “bárbaro”, para mostrar una progresión entre pueblos que carecían de las cualidades de la civilización: civismo y cortesía, junto a lo que definían como “sabiduría administrativa”. La noción de bárbaro aparece en la antigua Grecia, con el objetivo de designar los hablantes de una lengua no griega, para pasar posteriormente a referirse a los pueblos no griegos, ya tras las guerras médicas adquirió el significado de cruel, en cuanto a salvaje, también fue definido en la antigua Grecia, relacionándolo con una variedad de seres humanos o semihumanos que contribuyeron a configurar el contorno de la razón griega (Bartra, 1992, p. 16).
Con base en esta línea evolutiva de progreso, se comienza a construir una “Historia Universal” con sucesivas etapas de desarrollo, desde el salvajismo a la barbarie y de esta a la civilización, muy cercano a las teorías de Lamarck (citado en Leclerc Buffon (Comte de) & Roig, 1854, p. 15) sobre las relaciones entre las especies:
“Diverso rumbo emprende Lamarck. No camina como Linneo y Cuvier, de lo compuesto a lo simple, sino que en su ‘Introducción a la historia de los animales sin vértebras’, procede de los simple a lo compuesto.”
Sin embargo, este camino, pronto se ve cuestionado, comenzándose a admitir que, en diferentes lugares del globo, se habían desarrollado diferentes maneras de ser civilizado. Este cambio se produjo de forma simultánea en distintas disciplinas: biología, lingüística, historia o etnografía, marcando el abandono del evolucionismo unilineal, por un cierto relativismo cultural, reflejando un giro de la actitud intelectual. El optimismo generalizado, la fe en progreso había ido desvaneciéndose.
Una línea diferente se había desarrollado en Alemania destacando el contenido espiritual de la “kultur”, una tribu salvaje podía tener una civilización, en el sentido de orden político, sin un nivel elevado de cultura espiritual.