3/28/2014

Las vanguardias artísticas y su paradoja

El éxito como fracaso
Se configura como una paradoja, en un espacio perfectamente definido con adelante y atrás, las vanguardias ocupan una posición al frente que realiza acciones que, después, con el tiempo serán asumidas por todos como propias. Pero, por un natural proceso la vanguardia ya estará más allá, avanzando y manteniendo una distancia similar con el grueso de la sociedad que la sigue.

Así pues, la paradoja de la vanguardia reside en que cualquier éxito ha de configurarse como fracaso y sus fracasos significaban que la línea que mantenía era la correcta. La vanguardia sufría cuando se le negaba el reconocimiento, pero su frustración era mayor cuando la sociedad, de la que estaban lejos en avanzadilla, concedía elogios a su obra.
John Carey en su libro “The Intellectuals and the Masses: Pride and Prejudice among the Literary Intelligentsia, 1880-1939"  dice que que más que guardar la distancia y reafirmar su superioridad la importancia de las vanguardias se consideraba proporcional a su habilidad para provocar y confundir a las masas.

El partido comunista, los bolcheviques como vanguardia de la modernidad. La vanguardia política como fe. Las revoluciones científicas y el principio de indeterminación

En 1944 Pablo Picasso ingresó en el Partido Comunista Francés, permaneciendo en él hasta su muerte, el 8 de abril de 1973 en Notre-Dame-de-Vie (Mougins, Francia). El 3 de noviembre de 1944 “España Popular“ se hacía eco del ingreso de Pablo Picasso en el Partido Comunista Francés, insertando una nota del propio pintor: “Mi ingreso en el Partido Comunista constituye un paso lógico en mi vida y en mi trabajo, paso que da a éstos su significación. Mediante el dibujo y el color he tratado de lograr un conocimiento más profundo del mundo y de los hombres, a fin de que este conocimiento sirva a liberarnos. Siempre he expresado, a mi manera, lo que consideraba más verdadero, más justo y mejor y era por lo tanto más bello, pero durante la opresión y la insurrección advertí que esto no era bastante, que debía luchar no sólo con mis pinceles, sino con todo mi ser. Una “inocencia” peculiar me había impedido antes comprenderlo así. Me he hecho comunista porque nuestro Partido se esfuerza más que cualquier otro por conocer y por edificar al Mundo, convirtiendo a los hombres en pensadores más claros, más libres y más felices. Me he hecho comunista porque los comunistas son los más bravos en Francia, en la Unión Soviética y en mi propia patria España. Jamás me he sentido más libre ni más completo que desde que ingresé. Mientras espero el momento en que España pueda acogerme de nuevo, el Partido Comunista Francés será para mí una patria. En él me he reunido de nuevo con todos mis amigos -los grandes científicos Paul Langevin y Frederick Joliot-Curie, los grandes escritores Louis Aragón y Paul Eluard, y tantos bellos rostros de los insurgentes de París-. De nuevo vuelvo a encontrarme entre mis hermanos.”
La identificación de la modernidad con el progreso y las vanguardias, representadas políticamente por el Partido Comunista y, su propia vanguardia, los bolcheviques, se ajustaban perfectamente a la visión de Pablo Picasso. El comunismo vivido como una fe inquebrantable, mantenida hasta su muerte. La vanguardia de las vanguardias estaba representada por los comunistas, por los hombres de acero y hasta es posible que el propio partido tuviera dentro de sí la absurda paradoja que reflejaba el éxito como una nueva derrota.
Las modificaciones en el paradigma positivista, los principios de falsación, la anarquía metodológica y el principio de indeterminación, fueron socavando la teoría sociológica de Marx, que además sufría de la incorporación del idealismo alemán a través de la dialéctica.


3/23/2014

La Modernidad el paso de la montaña.

La Ilustración se refiere aun movimiento de ideas que se originó, en opinión de algunos historiadores a partir del siglo XV (Mestre Sanchis, 2008), pero que se desarrolló, fundamentalmente, en el siglo XVIII, toma cuerpo en la Inglaterra de Hobbes (1999) y de Locke (1999), Holanda que recibió a Descartes (2003) que huye de Francia tras suspender la publicación de su “Tratado del Mundo”, y Suiza que recibe las enseñanzas de Locke (Trevor-Roper, 2009).
Pasa de allí a Francia, después a Alemania y posteriormente al resto de Europa (Pacheco, 1975). El término Ilustración, con su característico fondo de lucha y acción de la luz contra las tinieblas, se deriva precisamente de esa búsqueda de la luz, y es una traducción del alemán “die Aufklärung” que significa clarificación, dilucidación (Bobbio, Manteucci, & Pasquino, 2000), pero con los mismos matices se extiende por Europa como “The Enlightenment”, “Las Luces”, “L’Illuminazione”, “as Luzes”, palabras todas que se refieren a una misma rtealidad, pero con matices distintivos.Efectivamente, los distintos países por los que se extiende, tienen diferentes niveles económicos, sociales y culturales, limitando el desarrollo del sistema de ideas y valores que constituye su base (León Sanz, 1989).
Una característica fundamental de la Ilustración es el rechazo progresivo de los valores culturales del Antiguo Régimen y una firme creencia en que su sustitución por otros más acordes a la razón, para la que no hay límites ni problemas insolubles, lo que se lograría mediante la educación que ilustraría al hombre, haciéndole abandonar su culpable incapacidad (Kant, 1989).  Como establece Zymunt Bauman (2002;16-17):
“Con la aceleración del ritmo de cambios, año tras año, el mundo cada vez se parecía menos a Dios, es decir, cada vez era menos eterno, menos impermeable y menos intratable. En vez de ello, asumía una forma más y más humana, convirtiéndose, a «imagen del hombre», en proteico, veleidoso y titilante, caprichoso y lleno de sorpresas.
De todas formas, el asunto iba más allá: el rápido ritmo de cambio revelaba la temporalidad de todos los arreglos mundanos, y la temporalidad es un rasgo de la existencia humana, no de la divina. Lo que pocas generaciones antes había parecido una creación divina, un veredicto inapelable ante cualquier tribunal terreno, pasó entonces a ser sospechoso de esconder la tozuda huella de las empresas humanas, que, tanto si son correctas como si no, siempre resultan mortales y revocables. Y, si la impresión no era engañosa, el mundo y la gente que lo habitaba se podían contemplar como una tarea más que como algo dado e inalterable., Dependiendo de cómo la gente la abordara, esa tarea se podía llevar a cabo de manera más o menos satisfactoria. Se podía hacer una chapuza o se podía hacer bien, en beneficio de la felicidad, la seguridad y el sentido de la vida humana. Para garantizar el éxito y evitar el fracaso, era necesario empezar por un cuidadoso inventario de los recursos humanos: ¿qué podía hacer la gente, estirando al máximo sus facultades cognitivas, su capacidad lógica y su determinación?”
La configuración moderna del significado de cultura, pese a que ya se observan indicios y elementos constituyentes del concepto en los inicios del siglo, se posterga en el tiempo hasta el tercer cuarto del siglo XVIII, como se observa en los países que, desde los criterios básicos de la Ilustración, inician la modernidad. En opinión de Bauman (2001; 162):
“La noción de cultura, nacida y configurada en el tercer cuarto del siglo XVIII (en los fundamentales años que Kosseleck ha denominado “el paso de montaña”, cuando nacieron también la filosofía de la historia, la antropología y la estética, todas al unísono para redisponer la visión del mundo en torno a las ideas y las actividades humanas), en los países que en aquel momento se encontraban en el umbral de la modernidad, no fue una excepción a esa regla general. Destinada a una carrera universal fue, sin embargo, concebida a partir de la experiencia particular de unas gentes particulares que vivieron en tiempos particulares.
La Ilustración fue un movimiento cultural de elite, desarrollado por la burguesía y, este grupo humano impulsa con extraordinario vigor en todos aquellos países la imperiosa necesidad de realizar un esfuerzo educador, civilizador, formador, un proceso de enculturación (Bauman 2001; 162):
“El francés civilisation, el alemán bildung, el inglés refinement (las tres corrientes discursivas destinadas a fluir unidas hacia el lecho fluvial del discurso cultural supranacional) eran nombres de actividades (y actividades intencionadas por lo demás). Informaban sobre lo que se ha hecho y lo que se debería hacer o se hará: hablaban de un esfuerzo civilizador, de educación, mejora moral o ennoblecimiento del gusto. Los tres términos transmitían, el sentido de ansiedad y la necesidad de hacer algo sobre sus causas”
La intervención se convierte en necesaria, si no lo hacemos, si no actuamos el mundo se convertirá en un lugar insoportable, donde si permitimos que las persones actúen dejadas a su libre albedrío presenciaremos actuaciones brutales, debemos pues, utilizar nuestra razón y  nuestra voluntad, generando, mediante el recurso a nuestra “auctoritas”[1] unos procedimientos adecuados que permitan el aprendizaje de todos y un progreso generalizado, en el sentido de avance desde peores a mejores condiciones. Esta formación, o el saber que la sustenta, encuentran en la cultura el elemento diferenciador que conceptúa como buenos o malos los enunciados o las actuaciones. Serán buenos en cuanto se ajusten a los criterios socialmente aceptados en ese entorno. Esta forma de legitimación se obtiene por el consenso social, y este consenso que permite diferenciar a quien sabe y a quien no sabe (el ajeno, el extranjero, el otro) es lo que constituye la cultura de un pueblo. Este criterio educativo, la”civilisation” o el “bildung” va ocupando, utilizando el término antropológico de enculturación, el “gabinete vacío”, en expresión de Locke (citado en Harris; 1993, p. 9). No existen ideas innatas, ni principios lógicos abstractos, ni normas morales de conducta. La filosofía empirista se caracterizó como afirman Castro Nogueira et alii (2005; 366) por defender la “primacía de la experiencia en el conocimiento”.
Los humanos nacemos, según lo que se conoce como el principio empirista, carentes de todo conocimiento. Nuestro saber es, por tanto, resultado de una labor de aprendizaje desde la experiencia sensible (Castro Nogueira et alii (2005; 366/367):
“La mente humana alberga dos clases de contenido esenciales: por una parte, las impresiones frescas, intensas y vivaces que proceden de nuestros sentidos a través de la percepción directa, y por otra, las ideas que proceden de la introspección y que permiten formar ideas acerca de operaciones tales como sentir, pensar, desear, etc. [...]. Por otra parte, el empirismo proveía al conocimiento de sentido común y al conocimiento filosófico-científico de un criterio demarcacionista: todo aquello que no pueda ser retrotraído a la experiencia sensible debe ser tenido por un mero ejercicio especulativo y desposeído de sus pretensiones cognoscitivas.”
Se propugna una división natural de la sociedad entre incultos y cultos, entre aquellos que debían realizar las labores cotidianas de la vida, los artesanos, aquellos que realizan su trabajo de forma manual, y quienes se entregaban al estudio, al cultivo del espíritu. Hasta tal punto que, la Ilustración alemana, eran posibles dos Ilustraciones, una para hombres vulgares, ilustrados por el oficio, y la de quienes se ilustraban por las artes y las ciencias. Este hecho, denunciado como antagonismo entre los artistas, los pensadores, los científicos y los poetas y los hombres que trabajan con sus manos. Un nuevo antagonismo que configura la fragmentación del hombre y de la sociedad, la división que se crea entre hombre y ciudadano, y sus resultados (Marchán Fiz, 1987):
Las desavenencias entre ambos, consagradas por la Revolución Francesa en los derechos de L´homme y del citoyen de 1789, determinan la formación de la teoría del estado y del poder político, atraviesan la ética burguesa.
Tonnies (citado en REIS abril junio del 93, p.32 Ignacio Sánchez de la Yncera) nos habla de la tendencia polarizadora, del contraste entre la unidad de la cultura tradicional medieval, de carácter religioso, y las diversas tendencias culturales, expresadas muchas veces en lo político, de las sociedades ilustradas.
En síntesis, en la concepción ilustrada la civilización europea propicia la oposición entre naturaleza y cultura pueblos cultos e "incultos", por lo tanto el viejo continente era la cuna de la cultura y de la civilización, considerando algunos pueblos más desarrollados que otros, en tanto que los otros pueblos con catalogados y etiquetas como atrasados e inclusive como bárbaros o salvajes. Spengler (1993; 164) afirma:
“Entre las dos posibles imágenes del mundo, en la historia y en la naturaleza, en la fisonomía de todo el producirse y en el sistema de todo lo producido, imperan, pues, el sino o la causalidad. Existe entre ellos la misma diferencia que entre el sentimiento vital y el conocimiento. Cada uno es el punto de partida de un mundo perfecto, concluso, pero que no es el único posible”.
Este entramado trasluce una idea universal, pero con un modelo único de conducta: vivir en un continuo aprendizaje de normas culturales que configuran una serie de de deberes que, al fijar nuestro concepto de “vida buena” nos protegerán del caos. Por tanto el objetivo fundamental de la cultura era establecerse como un sistema donde todos los elementos que lo constituyen tienen una función que cumplir y encajan en un engranaje perfecto. La sociedad moderna, ilustrada, fue la única que se contempló a sí misma como empresa de la civilización y actuó de acuerdo a tal idea.
Esa empresa civilizadora estaba profundamente impregnada de lo que denominan Castro Nogueira et alii (2055; 368) interés emancipatorio:
"Por interés emancipatorio nos referimos a cierta condición estructural del saber en virtud de la cual es sostenible la creencia en que la reflexión racional, científica, crítica y desveladora, no sólo permite al hombre acceder a una comprensión superior del mundo, mostrándole  las fuerzas causales que se ocultan tras la realidad meramente fenoménica y capacitándole para dominar su entorno, sino también  transformar la realidad por medio del conocimiento (auto)critico. Las tesis emancipatorias, típicamente ilustradas, entienden que es a través del conocimiento en general y especialmente a través del conocimiento científico -entendido como conocimiento crítico y desocultador de la apariencia común y engañosa de las cosas- como el hombre puede vencer aquellas formas de dominación enmascaradas en la falsa apariencia y anidadas en el individuo bajo las formas de la falsa conciencia, el autoengaño, la ideología, el prejuicio, etc. Este interés emancipatorio podría ser objeto de una larga historia de las ideas desde la antigüedad a nuestros días; sin embargo, la Ilustración representa el momento histórico en que, al fraguar algunos de los cimientos de las incipientes ciencias sociales, el interés emancipatorio se incorporó al mismo núcleo del pensamiento social. El proyecto ilustrado, racionalista y liberador, se desarrolló en varias direcciones y encontró en los siglos XIX y XX sus formulaciones más relevantes e influyentes. No podemos representar esta trayectoria con detalle. El proyecto emancipatorio fusionó conocimiento y (auto)liberación y entendió que no puede haber verdadero conocimiento sin que éste desoculte y remueva los obstáculos de una vida mejor, no sólo más capaz de explicar y dominar la realidad, sino también más humana, más justa, más autoconsciente y autodeterminada."
Estos contenidos del concepto se mantuvieron estables durante un tiempo relativamente largo y quizás, si observamos algunas actitudes con el soporte ideológico que conllevan, sigan vigentes. El modelo único de conducta que podemos definir, siguiendo a Bauman, como “concepto jerárquico de cultura” establecía que la satisfacción de las necesidades humanas sólo se podía conseguir de una forma; la historia de la humanidad es la historia de ese progreso y por tanto el término cultura sólo podía ser utilizado en singular. El fin de la historia argumentado por Fukuyama (1994), aunque matizado después, puede constituir un claro ejemplo de la vigencia del concepto jerárquico de cultura, estructurado desde el modelo liberal de democracia formal y que debe ser exportado a todos los países.
Pero no podemos olvidar que la construcción del concepto de cultura se gestiona en base a la pérdida del orden permanente fijado por Dios, sustituyéndolo por una nueva visión filosófica que entiende el mundo como una creación del hombre. En palabras de Carroll (citado por Bauman; 2002, Pág. 17):
“[…] intentaba reemplazar a Dios con el hombre, poner al hombre en el centro del universo. […] Su ambición era hallar un orden humano en la tierra, un orden en el que prevalecieran la libertad y la felicidad, sin apoyos trascendentales ni sobrenaturales, un orden enteramente humano. Pero si el individuo humano tenía que convertirse en el punto fijo del universo, necesitaba tener algún sitio sobre el que permanecer sin que se tambaleara bajo sus pies.”
Pero esa articulación de un orden permanente tenía, además del orden fijado por Dios, sólidos cimientos en Aristóteles. Cada forma, cada categoría social establece una lucha por su perfección, lo que implica movimiento, pero no se admitía el cambio de categoría. Se consideraba buena la transmisión vertical de rasgos a lo largo de la escala temporal y el mantenimiento de la tradición y sus resultados: una uniformidad cultural cohesionada que entendía como peligrosa la difusión cultural o la transmisión horizontal o lateral. El resultado fue una peculiar ceguera cultural y la condena de la élite intelectual a la sensibilidad excesiva sobre las formas de vida ajenas.
El punto fijo, la roca sobre la que construir el humanismo tras la pérdida de sus antiguos anclajes, fue la cultura. Pero esta construcción era inestable y ya no existía la permanencia de las categorías en el tiempo. Era necesario algo más que unas simples normas morales que mantuviesen alejado el caos, era necesario un sistema. Aquí podemos apreciar un nuevo desplazamiento metafórico, desde las instituciones creadoras de orden la fábrica, la escuela o la cárcel y asimismo desde el aporte del Estado moderno con su programa de cultura nacional homogénea, que en la sociología ortodoxa se equiparaba a sociedad en el marco territorial sometido al Estado. Foucault (2009) demuestra que la escuela no difiere en su organización o estructura de las instituciones modernas creadoras de orden, únicamente en la función que se le atribuye. En opinión de Bauman (2001, p. 163):
“Todas estas invenciones modernas, independientemente de las funciones que se les atribuyese, eran también (y quizá ante todo) fábricas de orden, instalaciones industriales que producían situaciones en las que la regla sustituye al accidente y la norma toma el lugar de la espontaneidad; […]. Todas estas invenciones modernas, además, se aplicaban a la tarea de establecer el orden de una forma muy similar,”
Como vemos, la construcción del concepto de cultura se cimenta en una profunda dicotomía; por un lado un espíritu humano y creador que permite, mediante el trabajo, generar la excelencia, encontrar nuevos caminos, mientras que por el otro lado comienzan a aparecer los primeros atisbos de la noción antropológica de cultura. El primer discurso es rompedor y antisistémico y presenta a la cultura como resistencia las normas y creación extraordinaria. Es, no obstante, una propiedad, se puede poseer o no, aunque en todo caso es la posesión de una minoría. La gran mayoría verá la cultura como un “don” que podía llegar a aprender a apreciar, sin dejar de ser receptores pasivos de la creatividad: lectores, oyentes o espectadores. El segundo discurso nos muestra a la cultura como creadora de orden, regularidad y modelo, es decir, como un sistema coherente de normas interiorizadas, de hábitos que garanticen la repetición de conductas individuales, lo que la convierte en predecible y la dota de carácter nomotético, que aseguren su continuidad en el tiempo, la “mêmeté” de Paul Ricoeur (1982). Y aquí cumple la cultura con esa gran tarea de sustituir el orden divino que regía en la sociedad medieval, naturalizar un orden artificial construido por el hombre. Estos dos conceptos de cultura se han enfrentado a lo largo del tiempo, uno explica la tradición y el cambio, el otro la permanencia y la tradición. Uno es sistémico, mientras que el otro la representa como (Bauman, 2002; Pág. 50) “una matriz de posibles permutaciones, un conjunto nunca completamente en marcha y siempre lejos de estar completo”, una permanente invitación a la construcción y el cambio.
Las tradiciones de pensamiento ya mencionadas “civilisation”, “bildung” o “refinement”, sirvieron de base, aunque con una gran debilidad estructural, a las que podríamos denominar tres teorías de la cultura, la francesa, la alemana y la inglesa.
Pero esta clasificación sólo puede suponer una aproximación como afirma Kuper (2001, p. 23-24)
“Son etiquetas improvisadas, prefabricadas, para construcciones complejas que están sujetas a toda una variedad de transformaciones estructurales, viéndose periódicamente reducidas a piezas para reensamblarlas, de acuerdo con nuevos patrones, adaptarlas, anunciar su muerte, revivirlas, rebautizarlas o ponerlas al día. Pero por groseras que sean estas clasificaciones, proporcionan una primera orientación.”




[1] En Derecho romano se entiende por auctoritas una cierta legitimación socialmente reconocida, que procede de un saber y que se otorga a una serie de ciudadanos. Ostenta la auctoritas aquella personalidad o institución, que tiene capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre una decisión. Si bien dicha decisión no es vinculante legalmente, ni puede ser impuesta, tiene un valor de índole moral muy fuerte. El término es en realidad intraducible, y la palabra castellana "autoridad" apenas es una sombra del verdadero significado de la palabra latina.
El concepto se contrapone al de potestas o poder socialmente reconocido.
La fuente de auctoritas fue principalmente el Senado romano, si bien una serie de personalidades importantes también la tenían cuando no ocupaban cargos de magistraturas con potestas. Pero durante el Bajo Imperio la auctoritas derivaba directamente del propio emperador.

3/14/2014

Postpolítica, postestado, post....basura.


Casi sin darte cuenta, se van sucediendo los escándalos, las corruptelas y ves que aquel país que intentaste ayudar a construir se ha convertido en un pudridero similar al que viviste en tus primeros años. Han cambiado cosas, no te cabe la menor duda, pero ya no es fácil mirar a los ojos de la gente y cuando lo haces lo que ves no suele resultar agradable.

Y lo peor es que se trasluce desesperanza, renuncia a la lucha y apatía. Hemos abandonado la política y la hemos dejado en manos de grupos que han hecho de ella no un instrumento de comunicación, diálogo y mejora, sino una rígida barrera para proteger los privilegios de quienes, desde posiciones de poder han confundido el principio básico de la democracia. No se plantean un principio del buen vivir para la sociedad, sino la gestión de sus intereses, revestida eso si, de grandilocuencias, vaguedades, mentiras y selfies.
Puede que estemos en un punto de inflexión y que esas actitudes lleven camino de convertirse en algo que no simplemente nos repugne y nos indigne sino que nos convierta en ciudadanos críticos y participativos. La democracia no es simplemente acudir o no a depositar tu voto en cada elección, es algo más, es participar activamente en la solución de los conflictos y los problemas que se generan en tu comunidad, no es simplemente compartir sino, es compartir destino

3/12/2014

Interpretación en clave de SI(mbolos) de una columna tras la cólera del Pélida y entre las cenizas de TROYA


El papel de quien esto escribe no es otro que la traslación a lenguaje simbólico de la cólera del Pélida que transmite sus quejas, ya no a Apolo, sino más bien a la Atrida y al funesto Nestor que sacrificaron a la hermosa Ifigenia (la cultura) para lograr sus objetivos.

 La comprensión de la cultura y sus símbolos nos allana el camino para la comprensión del ser humano y las sociedades en las que convive. Podemos construir la realidad e interpretarla a través de las tramas de significación; solamente así, como explicaba Geertz, puede el ser humano construir y apropiarse de la realidad para transformarla, porque esas tramas de significación, que nosotros mismos construimos, van a dar lugar a la cultura. Una cultura que no puede ser una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones.
Ese carácter interpretativo permite dedicar una atención especial a la significación y el sentido que los actores otorgan a su propia cultura, es decir, a la apropiación, circulación, interpretación, comparación y transformación de los elementos simbólicos que componen su cultura.
Al mismo tiempo, las instituciones  que intermedian, que actúan positivamente sobre la cultura se convierten a sí mismas en un componente de las tramas de significación. Y los lugares donde se ubican transmiten mensajes simbólicos que permiten interpretar la prevalencia de las políticas que orientan la labor del gobierno al que pertenecen. Y la cultura en Málaga tiene componentes de no-lugar. Y pese a las competencias concurrentes en materia de cultura la visión más consolidada, a través de políticas culturales y por sus equipamientos, es la que desarrolla la Junta de Andalucía.
Perdió la cultura en valor simbólico cuando desapareció la persona del Delegado Provincial que representaba a la Consejería que la gestionaba.  Perdió la cultura cuando, en una arriesgada involución, el gobierno andaluz justificó por aquello de la racionalidad y el ahorro, la integración de la gestión de la cultura dentro de la educación, en una cercanía a posturas del siglo XVIII que no tuvo en cuenta la superación del conflicto cultura-naturaleza y la cercanía en la concepción y la gestión de ambos patrimonios. 
Y perdió la cultura cuando se ha trasladado su sede desde calle Larios, en el centro histórico y cercana a las instituciones culturales y los equipamientos con los que se imbrica y se relaciona, a la calle Mauricio Moro, rodeada de casas de empeño y comercios de segunda mano, mientras el valor simbólico de su ubicación y de la nueva política, aquella que no valora la cultura sino el poder, es ocupado por el departamento de juego.

3/04/2014

Poder y violencia.

La racionalidad, que se manifiesta en la vida del Estado, tiene un aspecto sombrío que no es otro que la violencia que que parece estar estrechamente vinculada al poder y su ejercicio. ¿Puede afrontarse la injusticia de una autoridad que se refugia en su poder sin que se vuelva a perpetuar otra injusticia y otra violencia? y ¿Es posible una política no violenta?.
El Estado, la institución, representa un triunfo de lo común, una victoria sobre la arbitrariedad individual, pero que tiene la capacidad de exaltar la arbitrariedad individual de quien ejerce el poder, lo que a su vez estimula una réplica defensiva y ofensiva de la libertad individual. Esta exaltación de la arbitrariedad individual del poder sobre la libertad de los individuos constituye la paradoja de la política. 
Hegel afirmaba que un castigo es racional en la medida en que anula por violencia la violencia que anulaba un derecho, pero esta negación por negación deja libre un fondo de arbitrariedad, una mezcla de racionalidad y violencia, presente en el derecho penal que mantiene vivo un elemento de venganza y, en una medida mucho más peligrosa, en la política que es la cima de la filosofía del derecho de Hegel:
 "El Estado, en tanto que poder soberano, lleva al más alto grado el componente irracional que se vincula a la noción misma de poder soberano; de entrada, en su ejercicio interno, bajo la forma individual y subjetiva que toma la decisión, en seguida en su ejercicio externo [...], bajo la forma de la guerra".
El ejercicio interno del poder esta igualmente sujeto a lo arbitrario. En el poder legislativo que establece lo universal, la ley para todos, y el poder gubernativo que gestiona los casos particulares bajo la universalidad, coexisten la racionalidad y una subjetividad que ejerce la decisión estatal. Ese elemento subjetivo del poder viene a equivaler al fondo de venganza que vimos en el derecho penal.
Establecida la violencia arbitraria del poder las posiciones se dividen; por una parte las tendencias pesimistas contemplan lo político, esa paradoja que comentábamos en el post anterior, como una lacra específica que requiere acciones curativas especiales, mientras que los marxistas contemplan lo político como una superestructura y su paradoja únicamente es el reflejo de los males de la capa económico-social.
No obstante las diferencias, ambas tendencias comparten un debate común; la idea de que la empresa activa, establecida en la Ilustración, de suprimir las desigualdades,  la explotación y la injusticia ha fortalecido al poder político, otorgándole el monopolio de las elecciones y contribuyendo a la formación de una tiranía teñida de democracia.
Entonces..¿Desaparecerá la coacción política cuando terminen las alienaciones producidas por la apropiación individual de los medios de producción? ¿O, esta violencia y la paradoja del político están vinculadas al ejercicio del poder?.
¿Desaparecerá la coacción política cuando terminen las alienaciones producidas por la apropiación individual de los medios de producción? ¿O, esta violencia y la paradoja del político están vinculadas al ejercicio del poder?.

La solución a estas cuestiones tiene importantes consecuencias. Si la violencia está vinculada al ejercicio del poder cualquier progreso económico o social será irrelevante en cuanto al nivel de coacción política. y el liberalismo económico tampoco estaría vinculado al liberalismo político.

Si denominamos liberalismo político a aquellas técnicas que pretenden limitar los diferentes poderes y que buscan el equilibrio entre las esferas privadas y las públicas, la cuestión que se nos plantea es conocer si estas técnicas son solidarias con el conjunto de la sociedad o solamente con la esfera dominante. En el caso de que únicamente se mostraran solidarias del grupo dominante, el liberalismo no podría traspasar las fronteras de la economía en la que nació.

En el otro caso el liberalismo político podría ser incorporado a otras opciones no capitalistas configurándose como una arte para manejar los arbitrarios de los individuos y del estado.
Hemos visto a  la violencia como un elemento asociado al poder e incluso irreductible y hemos desarrollado gran parte de nuestra filosofía política bajo estas premisas.
Pero el gran sarcasmo, la gran hipocresía de esa violencia es que se la equipara al orden establecido y conforma, por tanto, un "estado de violencia" frente a los actos individuales de violencia. Como contrapartida en nuestro imaginario y en el del poder se tiende a identificar la violencia con el desorden, olvidando que los grupos desfavorecidos, con una permanente privación de ventajas sociales, de igualdad educativa, de beneficios culturales, sufren un verdadero "estado de violencia".
La violencia no consiste solamente en actos de violencia que estallan en una situación agónica de crisis y ruptura, también consiste en situaciones de exclusión, sin crisis y sin estallidos.
Por esa misma condición de identidad entre violencia y orden, el cambio social suele tomar la forma de la violencia y entonces la llamamos revolución. Un fenómeno universal del que nadie puede alegar inocencia. todos los estados modernos han surgido de revoluciones, más o menos populares, más o menos cercanas, más o menos conocidas. Y, estos estados, no suelen tener la capacidad para reformarse al ritmo que cambian las sociedades a las que presuntamente sirven. El poder, en un momento dado, deja de servir a la comunidad y atiende a los intereses de sus propios detentadores, porque ha nacido de una coacción física que se justifica como legítima.
Pero la revolución es un arte infinitamente más complejo que el poder.