¿Qué es la
postmodernidad? Probablemente no exista una respuesta única y cada uno de los
movimientos artísticos, arquitectónicos, cinematográficos, culturales, literarios
o filosóficos que podemos calificar de postmodernos tenga la suya.
Este
estudio tiene por objeto la condición del saber en las sociedades más
desarrolladas. Se ha decidido llamar a esta condición «postmoderna». El término
está en uso en el continente americano, en pluma de sociólogos y críticos.
Designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han
afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a
partir del siglo XIX. Aquí se situarán esas transformaciones con relación a la
crisis de los relatos (Lyotard,
1989, pág. 4) .
Probablemente
el común denominador sea, en diversos grados y maneras, su oposición a las
tendencias de la modernidad. Todas las grandes corrientes de lo que podemos
denominar movimiento postmoderno van apareciendo a lo largo de la segunda mitad
del siglo XX y comparten la creencia de que el proyecto modernista fracasó en
su intento de renovación radical de las formas tradicionales del arte y la
cultura, el pensamiento y la vida social. Y quizás, uno de los reflejos más
claros de ese fracaso sea lo que podemos denominar la paradoja de las
vanguardias.
Se configura
como una paradoja, en un espacio perfectamente definido con adelante y atrás,
las vanguardias ocupan una posición al frente que realiza acciones que,
después, con el tiempo serán asumidas por todos como propias. Pero, por un
natural proceso la vanguardia ya estará más allá, avanzando y manteniendo una
distancia similar con el grueso de la sociedad que la sigue.
Así pues, la
paradoja de la vanguardia reside en que cualquier éxito ha de configurarse como
fracaso y sus fracasos significaban que la línea que mantenía era la correcta.
La vanguardia sufría cuando se le negaba el reconocimiento, pero su frustración
era mayor cuando la sociedad, de la que estaban lejos en avanzadilla, concedía
elogios a su obra.
John Carey en
su libro “The Intellectuals and the
Masses: Pride and Prejudice among the Literary Intelligentsia, 1880-1939"
(2002) dice que más que guardar la distancia y reafirmar su
superioridad la importancia de las vanguardias se consideraba proporcional a su
habilidad.
David Lyon en
su libro “Postmodernidad” (2000)
explica que la mayoría de quienes están familiarizados con la postmodernidad
son más conscientes de su dimensión cultural y nos adentra en el debate
utilizando como ejemplo una película que califica como postmoderna “Blade Runner”:
¿Qué
hace postmoderno a Blade Runner? […] Para empezar, se cuestiona la “realidad”
misma. Los replicantes quieren ser personas reales, pero aparentemente la prueba
de realidad es una imagen fotográfica, una identidad construida. Ésta es una
forma de ver la postmodernidad: un debate sobre la realidad. El mundo de
sólidos datos científicos y una historia con finalidad que nos legó la
Ilustración europea ¿es meramente un anhelo? ¿O, peor aún, producto de una
manipulación urdida por los poderosos? En cualquier caso ¿qué nos queda? ¿Un
arenal de ambigüedad, una mélange de imágenes artificiales y fluctuantes en las
pantallas de televisión o una saludable liberación de las definiciones
impuestas de realidad? (Lyon, 2000,
pág. 16) .
Este arenal
de ambigüedad, al que se refiere Lyon, se refleja en la obra de Magritte “Ceci nést pas une pipe”. El cuadro
representa una pipa pero el autor escribe una leyenda sorprendente debajo de la
representación “esto no es una pipa”.
Torczyner, amigo personal del artista, recuerda en su libro “Magritte: Ideas and images” (1977, pág. 71) una conversación con el autor:
La
famosa pipa. ¡Cómo la gente me reprochó por ello! Y sin embargo, ¿se podría
rellenar? No, sólo es una representación, ¿no lo es? ¡Así que si hubiera
escrito en el cuadro ‘esto es una pipa’, habría estado mintiendo!
Pero cuando
avanzamos en los postmoderno nos encontramos con lo moderno y es en esa
combinación de líquido y solido donde crecen, luchan e interactúan las nuevas
teorías sobre la cultura y donde debemos estructurar nuestras sociedades
multiculturales y construir la interculturalidad.
Si recordamos
el devenir de lo que hemos venido a denominar cultura en sus primeros balbuceos,
tras su primera traslación metafórica, reconoceremos como la Ilustración cambió
la providencia por progreso. Un progreso que luego se tornaría nihilismo, pero
al que de nuevo se recurre como recurso cultural.
Al abandonar
la providencia y acentuar el papel de la razón se pusieron las semillas del
progreso. Las viejas certidumbres de las leyes divinas fueron paulatinamente
sustituidas por las evidencias que la naciente ciencia iba proporcionando. Al
mismo tiempo Europa ocupaba de forma dominante las relaciones económicas y
políticas mundiales.
El
desarrollo del poder europeo constituyó el fundamento material, por así
decirlo, para el supuesto de que la nueva concepción del mundo se apoyaba sobre
una base firme que al mismo tiempo aportaba seguridad y ofrecía la emancipación del dogma de la
tradición (Giddens A. ,
1993, pág. 48) .
El progreso
se convirtió en uno de los metarrelatos justificadores del proyecto de la
modernidad que iba a terminar con la incertidumbre, la ambivalencia. Pero una
de las bases de la razón es la duda la relatividad del conocimiento ocupó su
lugar en la modernidad. Pero el progreso, imitando a la abandonada providencia,
buscó las “leyes universales” que
sustituyeran a las divinas sin ser consciente de la debilidad del
universalismo. En el progreso de la modernidad, que imitaba a la providencia,
estaba incorporado el nihilismo.
Lo
que relato es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que viene, lo
que ya no puede venir de otra manera: el advenimiento del nihilismo (Nietzsche
citado por Mayos, 2009, pág. 164-165).
Ese
advenimiento del nihilismo está profundamente relacionado con la postmodernidad
y, en varios sentidos, podemos considerar a Nietzsche el primer postmoderno.
Así lo afirman Mayos (2009) , Lyon (2000) o Vattimo (2003) que también incorpora
a Heidegger como precursor de la postmodernidad. Woller (citado por Lyon, 2000,
pág. 26) afirma: “El postmodernismo está
a punto de destronar a la trinidad de la Ilustración –razón, naturaleza y
progreso- que triunfó sobre la anterior Trinidad”
La fe en el
progreso se tambalea tras la segunda guerra mundial, fundamentalmente en la
destruida Europa y los metarrelatos se diluyen. Pero la revolución científica y
tecnológica, la construcción del estado del bienestar y un elevado consumo
consiguen restablecer un edificio que se tambaleó definitivamente tras la
crisis del petróleo.
Todo
indicaba que se había producido una pérdida de legitimación política y de
motivación por parte del ciudadano-trabajador. Los intelectuales discutieron si
había que considerar la crisis una catástrofe o una oportunidad, y buscaron
nuevos términos para describir la nueva
situación. Uno de ellos “postmodernidad”, debe situarse junto a otras
posibilidades como “modernidad” con diversos prefijos y conceptos como el de
globalización, que no aluden directamente a la modernidad (Lyon, 2000, pág. 25) .
Con el
término postmodernidad nos estamos refiriendo a todo un compendio de fenómenos
culturales y sociales que surgen tras el completo agotamiento de la modernidad.
La postmodernidad abandona de forma definitiva el fundacionalismo, tras las
“guerras de la ciencia” de la década de los noventa del siglo XX. Resulta
complejo definirlo por cuanto no existe un marco teórico válido que permita su
análisis y, al mismo tiempo, su propio devenir y extensión lo convierten en
impreciso y hasta cierto punto incoherente. Su naturaleza híbrida, el
cuestionamiento de los textos y la metanarrativa, su interés por la
lingüística, la ruptura de las dicotomías estructuralistas, su apuesta por la
pluralidad y un concepto de la verdad que se configura por su contexto pueden
considerarse como características generales del fenómeno.
“La
cultura se define como un flujo informativo” afirma Machuca (1998, pág. 27) y, al mismo tiempo
que sus límites se desvanecen, paradójicamente, se universalizan determinadas
pautas hegemónicas de tipo cultural. La cultura ya no conforma sistemas, más o
menos cerrados, sino que regula un contexto cada vez más global.
Además, tras
dos siglos de rupturas e infidelidades hoy en día existe una tendencia hacia un
nuevo concepto jerárquico, integrando nuevamente lo que se concibe como
cultural con lo que se identifica como civilización. Pero ya no es aquella civilización
ilustrada que se generó en la Francia enciclopedista, esta nueva civilización
es tecnológica y, al igual que la vieja,
lleva dentro de si los procesos del cambio cultural. Nuevamente es en sí misma
el modelo de lo cultural.
Pero ese
proceso dialéctico entre lo cultural y la civilización universal y tecnológica
tiene un reflejo claro en la relación entre lo global y lo local. La
civilización se contempla desde la relatividad y el pluralismo de rasgos
culturales y se acepta como una realidad alcanzada que las sociedades coexistan
en la multiculturalidad.