Hacia
1870, en una Europa inmersa en una grave crisis los problemas sociales
orientaron el pensamiento cultural hacia el conservadurismo, la rigidez de la
naturaleza humana, manteniendo las ideas racistas que se desarrollaron durante
el siglo. Los graves problemas del capitalismo industrial destruyeron las ideas
extendidas de confianza en el progreso junto a la creencia en que el comportamiento
humano estaba determinado biológicamente, orientando a la sociedad y a la
naciente ciencia de la cultura hacia un creciente escepticismo sobre la
capacidad de creación e innovación del género humano. Es un escenario en el que
las ideas que ya hemos analizado de nacionalismo y racismo son acogidas como
propias. Como afirma Trigger (1992; Pág 146)
“Los escritores y los analistas sociales
mantenían que la gente no poseía una inventiva innata y que el cambio era
contrario a la naturaleza humana y potencialmente dañino para el hombre.”
Pronto
se hizo evidente en las obras publicadas, fundamentalmente en Alemania y el
Reino Unido una creciente tendencia a considerar las migraciones y la difusión
como las máximas responsables de las escasas innovaciones, en su opinión, que
se observa. Su concepto de cultura se construye como las formas de vida
características de grupos étnicos específicos y rechazando el concepto de
unidad psíquica de la Ilustración. De forma similar a la oposición que se
generó en los evolucionistas entre evolución convergente y paralela surge una cuestión, quizás mal entendida y probablemente extremada, que se estructuró
en la dicotomía “difusión” versus “invención independiente”. Ambos
conceptos fueron analizados como procesos aleatorios, por lo que no había forma
de saber si un grupo había adquirido sus rasgos culturales por invención o
había sido un proceso de difusión el que las había trasladado desde su origen.
Pese a ser evidente que Morgan, uno de los evolucionistas más representativos, considera
la difusión “una conquista de la
inteligencia”, como recoge Valdés Gázquez (1998; Pág. 80), las escuelas
difusionistas alemanas, austriacas y británicas afirmaron repetidamente que la
escuela evolucionista decimonónica negaba la importancia de la difusión, no
obstante, Trigger (1992; Pág. 149), si afirma que los evolucionistas, pese a no
ser tan dogmáticos como los difusionistas, “negaban
la importancia de la difusión”. Pese a tales planteamientos la transición
entre ambos modelos de pensamiento fue gradual y, a veces, compartían
características y metodologías comunes. Pero poco a poco las diferencias se
fueron convirtiendo en notables, llegando a ser totalmente irreconciliables. Como
nos explica Harris (1993; Pág. 150):
“Los difusionistas no sólo establecieron
la dicotomía entre préstamo e invención, sino que además negaron dogmáticamente
que invenciones similares pudieran explicar similaridades a escala mundial.”
Del mismo modo Trigger (1992; Pág. 149) dice:
“Pero dentro del marco difusionista que
había empezado a surgir a partir de 1880, la capacidad humana para la
innovación fue considerada tan limitada y quijotesca que los descubrimientos
básicos, como la cerámica o la metalurgia del bronce, parecían no haber sido
podido ser inventadas más que una vez y por tanto se recurría al difusionismo
como explicación de su expansión por todo el mundo.”
Básicamente
su propuesta consistió en la elaboración de lo que denominaron “áreas culturales”, los “centros culturales”, la denominada “ley de difusión” y el método histórico-cultural. Las áreas culturales eran un recurso
que gestionaba áreas geográficas frente a las taxonomías evolucionistas y
comenzaron a usarse en el American Museum Of Natural History para reorganizar
sus colecciones etnográficas. Richard Wissler (citado por Harris; 1993; Pág.
325), en un intento de mejorar la noción de área cultural propuso la “ley de difusión” que afirma “que los rasgos antropológicos tienden a
difundirse desde sus centros de origen en todas las direcciones”. En cuanto
al método histórico-cultural lo formula Graebner, coincidiendo en gran medida
con Schmidt (citados ambos por Marzal; 1997) se estructura sobre tres pasos: 1)
la determinación de los tipos de cultura mediante el establecimiento de líneas
iséticas; 2) la determinación de su distribución en el tiempo y en el espacio
y, finalmente 3) la aplicación de las leyes de formación y transformación de
los tipos de cultura utilizando unas reglas simples, el denominado por Graebner
“criterio de forma” y que Schmidt
denominó “criterio de cualidad” y el “criterio de cantidad”.
Dejemos
hablar a Harris (1993; Pág. 332)
“Las dos reglas básicas eran muy simples
y fueron aceptadas tanto por Graebner como por Schmidt. La primera a la que
Graebner llamó ‘criterio de forma’ y Schmidt ‘criterio de calidad’ sostiene que
aquellas semejanzas observables entre dos elementos culturales que no sean
producto de la naturaleza de esos objetos, ni del material del que estén hechos,
ni de la función que cumplen, deben tenerse por resultado de la difusión, sin
que sea obstáculo la distancia que pueda separar a los dos casos. A su segundo
criterio lo llaman los dos ‘criterio de cantidad”, y afirma que la probabilidad
de una relación histórica entre dos elementos semejantes aumenta con el número de elementos
adicionales entre los que pueden advertirse semejanzas; es decir, varias
semejanzas prueban más que una sola”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario