Friedrich Engels (citado por Mehring. 1984; Pág. 556)
hablando en el funeral de su colaborador y amigo Carl Marx dijo:
“Igual que Darwin descubrió la ley de la
evolución de la materia orgánica, Marx descubrió la ley de la evolución en la
historia humana…
Resulta complicado estar en un
acuerdo total con la frase de Engels, pero ciertamente, y de acuerdo con Harris
(1993), la casi totalidad de los autores que se ocupan de las ciencias sociales
en el siglo XX discuten sobre Marx. Inevitablemente, unos se muestran a favor
de sus teorías y otros en contra. No obstante no hay discusión
sobre su condición de teoría general o teoría de nivel alto, una estrategia de
investigación. Es decir, una regla abstracta que, como nos dice Trigger (1992;
Pág. 31) “explica las relaciones entre
las proposiciones teóricas relevantes para el conocimiento de las categorías
principales del fenómeno”. En el ámbito que nos ocupa, el de la cultura,
las teorías generales se refieren con exclusividad a la conducta humana. Ahora
bien ninguna teoría general ha sido aceptada universalmente por los científicos
sociales del modo en que, los biólogos han aceptado la teoría de la evolución. Quizás,
en este momento, sea adecuado acudir a una de las características fundamentales
de la investigación cualitativa y de cualquier escrito sobre lo cultural o lo
social, como dice Lamo de Espinosa (1988; Pág. 48):
"Tal es, con toda probabilidad, el
caso de la obra de Carlos Marx. concebida por su autor como una historia
"natural" del capitalismo, similar al origen de las especies de
Darwin. Ahora bien, lo que sin duda Marx no pudo prever, y lo que sin duda
diferencia cualitativamente su obra de la de Darwin es que la naturaleza no
leyó a Darwin, pero la sociedad si leyó a Marx."
Pero Marx llegó a establecer un principio general para
estructurar la historia, como afirma Harris (1993; Pág. 190):
“ Marx formuló un principio que era por lo menos tan poderoso como el
principio darwinista de la selección natural, un principio general que mostraba
como se podía construir una ciencia de la historia humana”
Ahora bien, para llegar a este punto hemos de recorrer un
largo camino. Marx desarrolló su pensamiento en un entorno dominado por la
filosofía de Hegel que puede definirse como idealista. En su libro (1989) “Lecciones sobre la filosofía de la historia
universal” y a lo largo de sus tres primeros capítulos y la introducción
general establece la relación de la historia con el concepto de espíritu (geist), la realidad de lo racional, el
concepto de evolución, su marcha, el fin de la historia y, por fin, la
dialéctica. Castro Nogueira et alli (2004; Pág 680) nos aclaran:
“Lo verdadero, dice
Hegel, no debe entenderse al modo de Platón o Spinoza como sustancia ideal estática
e idéntica a si misma, sino más bien como un sujeto que se autodespliega en la
historia universal, revelándose en todo su esplendor, libertad y hechizo
dialécticos. El Espíritu se autoconoce y autodesarrolla merced a procesos que
implican una necesidad interna que sólo puede captar un pensamiento
dialéctico”.
Pese a la crítica de Marx al idealismo de Hegel que no
solamente se dirigió contra sus contenidos sino, fundamentalmente, contra su
existencia puramente teórica, todo su trabajo está profundamente impregnado de
Hegel y su constante prédica de la inminente crisis del capitalismo y el
advenimiento de la revolución proletaria. Aunque dirigida contra Feuebarch,
Marx (1987; Pág. 109) es claro en su tesis XI “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos
modos. De lo único que se trata es de transformarlo”. Cualquier teoría
sobre el hombre, su sociedad o su cultura ha de consolidarse como unitaria con
su práctica y la ciencia social es inseparable de la acción política. Pero esa
crítica al idealismo no nos permite forjarnos una idea de un Marx antihegeliano,
pues incorpora el método dialéctico.
En sus “Manuscritos
económicos filosóficos” de 1844, concretamente en el que titula “Crítica de la dialéctica hegeliana y de la
filosofía de Hegel en general” (2001), afirma:
“Lo grandiosa de la Fenomenología hegeliana y de su resultado final (la
dialéctica de la negatividad como principio motor y generador) es, pues, en
primer lugar, que Hegel concibe la autogeneración del hombre como un proceso,
la objetivación como desobjetivación: como enajenación y como supresión de esta
enajenación; que capta la esencia del trabajo y concibe el hombre objetivo,
verdadero porque real, como resultado de su propio trabajo”.
Así pues, para Marx la dialéctica (Castro Nogueira, Castro
Nogueira, & Morales Navarro, 2005; Pág. 682) es “el verdadero mátodo (camino, en su acepción griega original) que le
permite pensar la realidad física e histórico social como un proceso dominado
por fuerzas opuestas”. El resultado vino a denominarse, en expresión
acuñada por Plejanov (citado por
Ferrater Mora; 1979), materialismo
dialéctico o, abreviadamente, diamat,
la expresión tendrá un sitio en la obra de Engels y se adoptará por toda la
academia soviética. El materialismo dialéctico concibe literalmente la sociedad
como una materia sujeta a desarrollo histórico. Ahora bien, el pensamiento
marxista no se ajusta estrictamente al materialismo dialéctico, cpnstruido más
bien por Engels, según Ferrater Mora (1979; Pág 2.147), “que creyó con ello no desviarse de Marx o, en todo caso, creyó
completar a Marx”.
1.1.1.1.1. Ideología.
La extensa obra de Marx aporta su especial visión de la
naturaleza, especialmente de la naturaleza humana, una virulenta crítica de la
economía capitalista y una teoría organizada y sistemática sobre la sociedad,
el progreso, el orden y la historia.
Entre 1845 y 1846, Marx y Engels publican “La ideología alemana” (1970), antes de que ambos autores utilizara
el término, éste se refería, según el uso de que él hicieron los denominados
ideólogos de la Ilustración francesa, a la clasificación de ideas. Marx y
Engels denominan ideología a una compilación de creencias que intentan explicar
al mundo y a los hombres que lo ocupan orientando, al mismo tiempo, su conducta
a partir de determinados valores que la sociedad admite como correctos. Pero en
un aparente juego contradictorio la conciben como falsa conciencia que produce
una imagen falsa de la auténtica realidad. Esta falsa imagen está producida por
el interés de la clase dominante para mantenber su situación de dominio, pues,
en cualquier sociedad, son la ideas que la clase dominante desea las que se
imponen.
En “La ideología
alemana” (1970; Pág. 25-27) explican:
“La producción de las
ideas y representaciones de la conciencia aparece al principio directamente
entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres
como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos, el
comercio espiritual de los hombres se presentan todavía, aquí, como
emancipación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la
producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de
la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus
representaciones, de sus ideas, etc., pero los hombres reales y actuantes, tal
y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas
productivas y por el intercambio al que él corresponde, hasta llegar a sus
formaciones más amplias. La conciencia no puede ser otra cosa La conciencia no
puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su
proceso de vida real. Y si en toda la ideología los hombres y sus relaciones
aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno responde a su
proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse
sobre la retina responde a su proceso de vida directamente físico. Totalmente
al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo
sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte
de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del
hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de
aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y,
arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los
reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vía. También las
formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son
sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente
registrable y sujeto a condiciones materiales. La moral, la religión, la
metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas
corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. no tienen
su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que
desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también,
al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No
es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la
conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como del
individuo viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que corresponde
a la vida real, se parte del mismo individuo real viviente y se considera la
conciencia solamente como su conciencia."
He reproducido un texto tan amplio por varios motivos, por la
influencia que tuvo en el posterior desarrollo de las ciencias sociales, porque
nos acerca a la comprensión de las características de la ideología y su
conciencia y porque nos permite, por la descripción tan amplia que hacen Marx y
Engels, identificar cultura con ideología.
Realmente la gran aportación del marxismo al ámbito de la
cultura es su configuración como un producto de las relaciones de producción,
es decir está condicionada por el modo de producción de la sociedad que la
genera. Igualmente queda fijada como “sistema
de orden” de acuerdo con la segunda traslación metafórica del concepto que,
iniciada su comprensión en la Francia de la Ilustración, permite el mantenimiento
de un sistema que hace perdurar las condiciones de desigualdad en las
sociedades.
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