El
multiculturalismo se configuró como la respuesta política a las sociedades
multiculturales. Del mismo modo se puede entender el interculturalismo, como la
respuesta política a las sociedades multiculturales que supere las limitaciones
del multiculturalismo.
Ciertamente,
y del mismo modo que con el concepto de interculturalidad, nos encontramos ante
un término polisémico y su contenido varía en función de la geografía y los
enfoques de investigación de los diferentes autores.
Ramón
Soriano (2004) , entiende el
concepto como una nueva concepción de las relaciones entre las culturas, una
coexistencia en un plano de igualdad con una doble vertiente: ética y social.
Ambas nos obligan a reconocer el mismo valor en el intercambio cultural y un plano de igualdad en la búsqueda de
puntos comunes en creencias, valores y acciones.
[…], el interculturalismo tal como yo lo
defino, no coincide con las definiciones y pretensiones de otros autores, que
ofrecen diversos modelos interculturales de desigual calado en la doctrina
actual, muy rica y extensa; desde un interculturalismo débil –que acepta la
dignidad de las culturas, pero no en un plano de igualdad de partida para todas
ellas , sino, a lo sumo, de llegada, tras un proceso de cambio de su patrimonio
de valores (la posición más habitual entre los liberales)-, a un
interculturalismo fuerte que concede ese plano de igualdad en la salida del
intercambio cultural, a pesar de las carencias y limitaciones (pág. 92) .
Por su
parte Olveira Olveira, Rodríguez Martínez y Touriñan López (2003) interpretan que la
concepción intercultural incorpora a la realidad multicultural una
interpretación que defiende la integración.
El interculturalismo tiene como objetivo los
modos de comunicación, de intercambio o de conexión entre múltiples grupos
culturales, situando en igualdad maneras distintas, de pensar y códigos de
expresión diferentes. No en vano, el interculturalismo es también una forma de
interrogarse acerca de los modos, de las costumbres, de los hábitos de personas
que, procedentes de horizontes culturales diferentes e instalados en una
sociedad diferente, consiguen adaptarse salvaguardando la libertad, para no
quedar asimilados totalmente por la cultura de la sociedad de acogida (pág. 13) .
Posteriormente Touriñán, en su artículo para
la revista Bordón (2004) , considera la
interculturalidad un hecho y el interculturalismo una propuesta de proyecto,
una tarea a realizar en el nuevo siglo que está condicionada por varias ideas:
la del Tercer Sector, la del Tercer Entorno, la de Mundialización y la de la
Tercera o Cuarta Vía.
Denominamos “tercer sector” a un conjunto específico de organizaciones de la
sociedad civil, sin fines de lucro y con autonomía, que cuentan con una mezcla
de personal asalariado y voluntario y prestan algún tipo de servicio social con
una finalidad de interés general. El término “tercer sector” tiene su origen en Estados Unidos en los trabajos de
la “Comission Filer” (Soriano Ayala E. , 2010) . Su labor como
agentes sociales de mediación en relación con la interculturalidad es de una
importancia fundamental, sobre todo su trabajo en los entornos a los que la
educación intercultural no llega. Es evidente que sus propuestas afectan
decisivamente a la construcción del proyecto sociopolítico de la
interculturalidad.
En
relación a la “telépolis” o tercer
entorno seguiré a Echeverría Ezponda (1997) . En su opinión
estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo modelo de espacio social que
denomina tercer entorno. El primer entorno o “Phisys” se refiere a las relaciones en el primer estadio de
desarrollo de la humanidad, el segundo nos remite a la Polis y el nacimiento de
la cultura, mientras que el tercero nos habla de la “telépolis”, o ciudad global y de la tecnología.
Telépolis es una nueva forma
social de interacción a distancia posibilitada por las nuevas tecnologías
(informáticas, electrónicas, telecomunicativas, semióticas…). Telépolis
modifica profundamente las actividades sociales de los pueblos y las ciudades:
la política, la guerra, el derecho, la banca, el comercio, la producción, el
consumo, la reproducción, la ciencia, el arte, la religión, la información, la
documentación, la comunicación, la enseñanza, la medicina, la lectura, la
escritura, el deporte, el espectáculo, el ocio, el sexo, etc. Las tecnologías
aludidas modifican la práctica de dichas actividades siempre en un mismo
sentido, que puede quedar resumido mediante el prefijo ‘tele-‘, añadible hoy en
día a casi todas ellas (pág. 8) .
Comparto
tanto la opinión de Touriñan como la de Echeverría de que este nuevo espacio de
interacción social está influyendo de forma decisiva en la construcción del
interculturalismo.
La
publicación de UNESCO (2002, pág. 9) nos presenta la
globalización y la mundialización como conceptos “en busca de definir los ámbitos de la realidad que quieren representar”.
Pese a que hay autores como Touraine (1998) que opinan que la
globalización, la mundialización son una construcción ideológica y no la
descripción de un nuevo entorno.
Como decía el viejo Marx
hace un siglo y medio, pero en otro sentido, hay un fantasma en Europa. Un
fantasma que no es el comunismo ni el capitalismo, es la globalización. Vivimos
con la idea, acertada o errónea, aún no lo sé, de que estamos entrando en un
mundo distintos al de los últimos veinte años. (pág. 64) .
En
cualquier caso, el concepto representa al mismo tiempo un síntoma y una
manifestación del cambio cultural y económico y se convierte en una de las
imágenes icónicas del mundo de hoy.
El
espacio mundial que fue ocupado por los estados nación está unido, en estos
momentos, por procesos globales de naturaleza liberal que regula a los mercados
e impone sus criterios. Visto desde la óptica cultural resulta interesantísima
la opinión de Machuca Ramírez (1998) :
“Dada
la universalización de la noción del patrimonio cultural en la figura de
patrimonio de la humanidad, el proceso de globalización obliga a cuestionar
–desde dentro y desde fuera- el concepto nacionalista estatal del patrimonio.
Asimismo, obliga al reconocimiento de la pluralidad cultural existente en el
interior de cada país, como un patrimonio de diversos grupos culturales y
comunitarios, superando de esta manera la idea de un legado homogéneo y único
de la nación.
Poner
en duda la unidad nacional-estatal de la cultura se relaciona con una crisis
del concepto de nación. A su modificación concurren una diversidad de fenómenos
de diferenciación y recomposición.
De
caracterizarse como una totalidad centralizada, autosuficiente (vuelta hacia sí
misma) y defensiva, la nación como entidad cultural va configurándose como el
conjunto progresivo de mediaciones posibles que conforman una materia de
identificación cultural que no se agota en ella.” (pág. 28) .
La
crisis del estado nación y su concepto hegemónico de la cultura van a permitir
la introducción en las políticas culturales estatales de ciertos guiños
ideológicos que responden a conceptos de cultura no esencialistas. Ahora bien,
sólo son guiños sin reflejo presupuestario.
La
influencia de la mundialización sobre el proyecto sociopolítico del
interculturalismo, sea una construcción ideológica conservadora o un nuevo
entorno es real. Las crecientes limitaciones provocadas por las políticas
neoliberales y neoconservadoras, reducen drásticamente la capacidad de la
sociedad para llevar adelante políticas de redistribución que intenten resolver
la exclusión. Ramón Soriano afirma (2004) :
El
interculturalismo, ya se entienda en un sentido débil o fuerte, es una consecuencia
de la globalización, pero también un fenómeno que influye en ella (pág. 92) .
Otra de
las ideas que condicionan el interculturalismo se gestiona en el desarrollo de
la tercera y de la cuarta vía. La tercera vía agrupa un elevado número de aproximaciones
teóricas y, un número menor, de propuestas políticas que sugieren una ideología
centrista o reformista y una economía que no se abandone totalmente en manos
del mercado, ni esté regulada en su totalidad. El enfoque reformista se inspira
fundamentalmente en la obra de Anthony Giddens “La tercera vía” (1999) y considera que el
modelo propuesto revitalizaría la socialdemocracia. Su objetivo sería compatibilizar
los valores tradicionales de centro-izquierda, como la solidaridad social, la
justicia social, la responsabilidad y las oportunidades, con los postulados
económicos del libre mercado, como la reducción del intervencionismo y de los
impuestos.
En
cuanto a la cuarta vía su desarrollo es muy reciente y limitado. Pretende diferenciarse
tanto de la primera vía o capitalismo, de la segunda vía o socialismo y de la
tercera o reformismo. Guerrero (2000) explica que:
Podría
decirse que consta, por ahora, del simple núcleo de un modelo de reforma del
capitalismo que no puede aspirar a ser un auténtico programa alternativo hasta
que no haya un grupo suficiente de gente trabajando en torno a dicho programa,
elaborando y reelaborando en el terreno de lo concreto las propuestas que aquí
sólo se ofrecen en un plano conscientemente abstracto (como resultado, sin
embargo, de lo que pretende ser buena, y no mala, abstracción, algo
imprescindible para desarrollar cualquier verdadera teoría). Dicho núcleo,
formado por las tres propuestas que se analizan a continuación, se basan en el
rechazo de la hipótesis implícita en las tres primeras vías (la supuesta
necesidad del mercado en cualquier tipo de economía capitalista). Lo que aquí
se propone es una reforma del capitalismo que permita pasar a un capitalismo
sin mercado, es decir: con planificación, con decisiones descentralizadas y
democráticas, y sin capitalistas. Intentaré explicarlo sucintamente. (pág. s/p) .
Gran
parte del enfoque intercultural se está generando, en estos momentos, en la
América Latina y contiene, en gran medida, componentes de esta nueva forma de
entender el sistema económico y la sociedad que combina el mercado con la
solidaridad.
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