10/05/2015

Teoría crítica

La teoría crítica nace en la Alemania de los años treinta del siglo XX. Así pues, su contexto cultural es el de la República de Weimar, en la deriva desde una sociedad democrática con graves problemas económicos a una sociedad autoritaria, en una de sus representaciones más brutales: el nacionalsocialismo.
La Teoría Crítica al mismo tiempo que aspira a una comprensión de la situación histórica, social y cultural de la sociedad, intenta, convertirse en la fuerza transformadora de la misma en medio de las luchas y las contradicciones sociales. Realmente su intención original fue interpretar, actualizando, la teoría original del marxismo ajustándola a sus propios avances. Ciertamente, la Teoría Crítica de la escuela de Frankfurt, se considera a sí misma como heredera de la teoría materialista y crítica de Marx. Para la teoría crítica el conocimiento no es la reproducción conceptual de los datos de la realidad sino su constitución. Así pues, la teoría pura, que supone una separación entre el sujeto y lo investigado, lo observado, está en las antípodas de una visión que entiende que el conocimiento esta mediado por la experiencia, por las praxis concretas de una época, así como por los intereses teóricos y extrateóricos que se mueven dentro.
Lógicamente, por tanto, las sistematizaciones del conocimiento, las ciencias se han construido relacionadas con el proceso de la vida social. Dice Osorio (2007)
las praxis y los intereses teóricos y extrateóricos que se dan en determinado momento histórico, revisten un valor teórico-cognitivo, pues son el punto de vista a partir del cual se organiza el conocimiento científico y los objetos de dicho conocimiento. (pág. 105).

Esta oposición, tanto a la “Teoría Tradicional” como a la que surge desde el Círculo de Viena, el neopositivismo lógico, se produce en dos niveles. En primer lugar en el plano teórico resaltando la imposibilidad de la separación absoluta que presenta el positivismo entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. Esa objetividad que premia la observación pura sin intervención, hará que mediando el método científico hipotético-deductivo, mayor será la calidad de la investigación. La Teoría Crítica opina que de este modo se pierde el aporte de los sujetos que hacen ciencia, y se consolida el orden establecido. Por tanto, las ciencias carecen de carácter transformador, de función social. En segundo lugar,  la oposición se produce desde el plano social ya que la ciencia depende de la orientación con la que diseñamos las investigaciones desde la dinámica que se produce en la estructura social.
Después de la Segunda Guerra Mundial y, en especial, a partir de los años sesenta y del mayo del sesenta  y ocho  la Teoría Crítica se convirtió en una de las bases teóricas y prácticas más importantes de la construcción de las ciencias sociales y culturales. A partir de ahí y, sobre todo de la mano de Habermas se produce una actualización de la teoría crítica que culmina con la obra de Dubiel (2000).
Cree Dubiel, que los principios básicos se gestionan precisamente desde la crítica, la conciencia de que la teoría nunca es independiente de la praxis, debe ser siempre una reacción ante una realidad social. Ahora bien, esta idea es traicionada por sus primeros integrantes. Su dependencia del concepto kantiano de la crítica, patente en la crítica de la Razón Instrumental de Horkheimer (2002), la crítica de la Razón Identificante de Adorno (1975) y la crítica de la Razón Unidimensional de Marcuse (1987; 2002), hace que en una nueva Alemania democrática, la República Federal, sigan utilizando un instrumento analítico de una realidad en la que no existían procesos de formación de la voluntad política. De ahí, de esa confluencia de las críticas de la razón surge “La Dialéctica de la Ilustración (Horkheimer & Adorno , 1998) una radical crítica de la razón en la sociedad moderna y maquinista. Una razón alienante que ha despojado de moral al nuevo sistema científico y técnico y que sólo puede conducir, en las crisis a los totalitarismos. Pero su propia inercia teórica les hizo perder el contacto con la realidad social y perdió su capacidad emancipadora.
La primera renovación de la Teoría Crítica se produce con Habermas (1987) que se aleja de “La Dialéctica de la Ilustración” considerando necesario establecer una nueva relación entre técnica y política que pueda conducir a una base democrática que aleje los totalitarismos y que se puede mantener sin excesivos problemas el “Estado del Bienestar”. Habermas entiende que la tesis de Marcuse considerando a la técnica como el nuevo modo de relación con la sensibilidad humana que antes ocupaba el arte. Habermas, por el contrario, se funda en la nueva forma de relacionarse entre ambas, técnica y política, la que dará origen a la transformación de una sociedad tradicional en una sociedad moderna.
Dubiel (2000) afirma que la renovación de la Teoría Crítica de Habermas también ha sido superada, al igual que la de los primeros teóricos, por la realidad social, por el desmantelamiento del Estado benefactor, que se inició como un fenómeno de la globalización y que se aceleró con la crisis financiera global. Y, por tanto, nos debemos preguntar ¿Cómo teorizar la globalización?  Y alejarnos de conceptos que, por su alto nivel de generalización, carecerían de rigor explicativo u nos conducen a presuponer que estamos inmersos en una dinámica que obedece a fuerzas idiopáticas. En lugar de intentar explicar sustantivamente la nueva situación, hemos de lograr un diagnóstico más modesto y analizar las rupturas de lo acostumbrado. Igualmente se hace necesario establecer una diagnóstico negativo, sin caer en la posición postmoderna que transforma en positivos los rasgos negativos de la crisis. Dubiel (1993), establece nuevos conceptos y se acerca a las tendencias de desnacionalización. Mantiene que pese a esa tendencia, el Estado Nacional no ha desaparecido, sino que se ha generado una multiplicación descentralizada de funciones políticas, sociales y culturales que antes quedaban constreñidas en el Estado nacional.
La nueva renovación de la Teoría Crítica establece un nuevo concepto que se basa en una serie de premisas que resume Kozlareck (1999):
1.    La teoría no es un conjunto de conceptos y contenidos que se debe mantener y reproducir dogmáticamente. La teoría es más bien una “actitud” para enfrentarse empírica y normativamente a la realidad y que está obligada a modificar sus contenidos cuando sea necesario.
2.    Estas modificaciones se hacen necesarias cuando las realidades empíricas cambian. Es decir, la teoría tiene que mantener un vínculo estrecho con las condiciones sociales-históricas que están sujetas a cambios fundamentales.
3.    Esta “actitud” teórica refleja una cierta modestia teórica. La teoría ya no es el último objetivo de la realidad (como pensaba Hegel), sino sólo una instancia “reflexiva” de esta realidad, que pierde su justificación cuando pierde su capacidad autoreflexiva o autocrítica.
4.    Todo este se aplica para la fase actual de globalización. Si bien existe una necesidad de teorizar la globalización actual, esta tarea no debe partir de un modelo acabado de globalización, más bien se debería orientar hacia las rupturas con lo habitual. (pág. 116).

Podemos afirmar que se trata claramente de la construcción de una teoría de la democracia que complete y continúe la Teoría Crítica. Si seguimos a Dubiel (1993), como era nuestro objetivo, veremos que la democracia estaba vinculada a un ámbito político en oposición a otros ámbitos apolíticos, teniendo como última referencia el Estado. Pero estamos asistiendo a un proceso, ya anticipado por Habermas (1987), de repolitización de espacios y ámbitos antes apolíticos.
Los ámbitos que, dentro  de altos niveles de incertidumbre, están sufriendo este proceso obligan a introducir sus nuevas dimensiones en la construcción de la nueva teoría de la democracia: el ámbito familiar, la producción y las nuevas organizaciones no gubernamentales. A partir de estos nuevos ámbitos de politización y participación Dubiel ve tendencias que conducen a una radicalización de la democracia, en franca confrontación con el neoconservadurismo que veía en ellos tendencias a la ingobernabilidad.

Las exigencias de control participativo, la pérdida de confianza en las instituciones de soporte, la nueva sensibilidad ante la corrupción y el abuso de poder, el acercamiento a comportamientos políticos “no convencionales”, el crecimiento de iniciativas ciudadanas, la politización de los ámbitos, definidos en la teoría clásica como prepolíticos, la fluctuación electoral y la irrupción de opciones políticas de grupos específicos, como los ecologistas y, finalmente, una mentalidad de protesta muy consistente son vistas en el discurso neoconservador como componentes negativos para el mantenimiento de la democracia.

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