La teoría
crítica nace en la Alemania de los años treinta del siglo XX. Así pues, su
contexto cultural es el de la República de Weimar, en la deriva desde una
sociedad democrática con graves problemas económicos a una sociedad autoritaria,
en una de sus representaciones más brutales: el nacionalsocialismo.
La Teoría
Crítica al mismo tiempo que aspira a una comprensión de la situación histórica,
social y cultural de la sociedad, intenta, convertirse en la fuerza
transformadora de la misma en medio de las luchas y las contradicciones sociales.
Realmente su intención original fue interpretar, actualizando, la teoría
original del marxismo ajustándola a sus propios avances. Ciertamente, la Teoría
Crítica de la escuela de Frankfurt, se considera a sí misma como heredera
de la teoría materialista y crítica de Marx. Para la teoría crítica el
conocimiento no es la reproducción conceptual de los datos de la realidad sino
su constitución. Así pues, la teoría pura, que supone una separación entre el
sujeto y lo investigado, lo observado, está en las antípodas de una visión que
entiende que el conocimiento esta mediado por la experiencia, por las praxis
concretas de una época, así como por los intereses teóricos y extrateóricos que
se mueven dentro.
Lógicamente,
por tanto, las sistematizaciones del conocimiento, las ciencias se han
construido relacionadas con el proceso de la vida social. Dice Osorio (2007)
las
praxis y los intereses teóricos y extrateóricos que se dan en determinado
momento histórico, revisten un valor teórico-cognitivo, pues son el punto de
vista a partir del cual se organiza el conocimiento científico y los objetos de
dicho conocimiento. (pág. 105) .
Esta
oposición, tanto a la “Teoría Tradicional” como a la que surge desde el Círculo
de Viena, el neopositivismo lógico, se produce en dos niveles. En primer lugar
en el plano teórico resaltando la imposibilidad de la separación absoluta que
presenta el positivismo entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. Esa
objetividad que premia la observación pura sin intervención, hará que mediando
el método científico hipotético-deductivo, mayor será la calidad de la
investigación. La Teoría Crítica opina que de este modo se pierde el aporte de
los sujetos que hacen ciencia, y se consolida el orden establecido. Por tanto,
las ciencias carecen de carácter transformador, de función social. En segundo
lugar, la oposición se produce desde el
plano social ya que la ciencia depende de la orientación con la que diseñamos
las investigaciones desde la dinámica que se produce en la estructura social.
Después de la
Segunda Guerra Mundial y, en especial, a partir de los años sesenta y del mayo
del sesenta y ocho la Teoría Crítica se convirtió en una de las
bases teóricas y prácticas más importantes de la construcción de las ciencias
sociales y culturales. A partir de ahí y, sobre todo de la mano de Habermas se
produce una actualización de la teoría crítica que culmina con la obra de
Dubiel (2000) .
Cree Dubiel,
que los principios básicos se gestionan precisamente desde la crítica, la
conciencia de que la teoría nunca es independiente de la praxis, debe ser
siempre una reacción ante una realidad social. Ahora bien, esta idea es
traicionada por sus primeros integrantes. Su dependencia del concepto kantiano
de la crítica, patente en la crítica de la Razón Instrumental de Horkheimer (2002) , la crítica de la
Razón Identificante de Adorno (1975) y la crítica de la
Razón Unidimensional de Marcuse (1987; 2002) , hace que en una
nueva Alemania democrática, la República Federal, sigan utilizando un
instrumento analítico de una realidad en la que no existían procesos de
formación de la voluntad política. De ahí, de esa confluencia de las críticas
de la razón surge “La Dialéctica de la
Ilustración” (Horkheimer &
Adorno , 1998)
una radical crítica de la razón en la sociedad moderna y maquinista. Una razón
alienante que ha despojado de moral al nuevo sistema científico y técnico y que
sólo puede conducir, en las crisis a los totalitarismos. Pero su propia inercia
teórica les hizo perder el contacto con la realidad social y perdió su
capacidad emancipadora.
La primera
renovación de la Teoría Crítica se produce con Habermas (1987) que se aleja de “La Dialéctica de la Ilustración”
considerando necesario establecer una nueva relación entre técnica y política
que pueda conducir a una base democrática que aleje los totalitarismos y que se
puede mantener sin excesivos problemas el “Estado
del Bienestar”. Habermas entiende que la tesis de Marcuse considerando a la
técnica como el nuevo modo de relación con la sensibilidad humana que antes
ocupaba el arte. Habermas, por el contrario, se funda en la nueva forma de
relacionarse entre ambas, técnica y política, la que dará origen a la transformación
de una sociedad tradicional en una sociedad moderna.
Dubiel (2000) afirma que la
renovación de la Teoría Crítica de Habermas también ha sido superada, al igual
que la de los primeros teóricos, por la realidad social, por el
desmantelamiento del Estado benefactor, que se inició como un fenómeno de la
globalización y que se aceleró con la crisis financiera global. Y, por tanto,
nos debemos preguntar ¿Cómo teorizar la globalización? Y alejarnos de conceptos que, por su alto
nivel de generalización, carecerían de rigor explicativo u nos conducen a
presuponer que estamos inmersos en una dinámica que obedece a fuerzas
idiopáticas. En lugar de intentar explicar sustantivamente la nueva situación,
hemos de lograr un diagnóstico más modesto y analizar las rupturas de lo
acostumbrado. Igualmente se hace necesario establecer una diagnóstico negativo,
sin caer en la posición postmoderna que transforma en positivos los rasgos
negativos de la crisis. Dubiel (1993) , establece nuevos
conceptos y se acerca a las tendencias de desnacionalización. Mantiene que pese
a esa tendencia, el Estado Nacional no ha desaparecido, sino que se ha generado
una multiplicación descentralizada de funciones políticas, sociales y
culturales que antes quedaban constreñidas en el Estado nacional.
La nueva
renovación de la Teoría Crítica establece un nuevo concepto que se basa en una
serie de premisas que resume Kozlareck (1999) :
1. La teoría no es un conjunto de conceptos
y contenidos que se debe mantener y reproducir dogmáticamente. La teoría es más
bien una “actitud” para enfrentarse empírica y normativamente a la realidad y
que está obligada a modificar sus contenidos cuando sea necesario.
2. Estas modificaciones se hacen necesarias
cuando las realidades empíricas cambian. Es decir, la teoría tiene que mantener
un vínculo estrecho con las condiciones sociales-históricas que están sujetas a
cambios fundamentales.
3. Esta “actitud” teórica refleja una
cierta modestia teórica. La teoría ya no es el último objetivo de la realidad
(como pensaba Hegel), sino sólo una instancia “reflexiva” de esta realidad, que
pierde su justificación cuando pierde su capacidad autoreflexiva o autocrítica.
4. Todo este se aplica para la fase actual
de globalización. Si bien existe una necesidad de teorizar la globalización
actual, esta tarea no debe partir de un modelo acabado de globalización, más
bien se debería orientar hacia las rupturas con lo habitual. (pág.
116) .
Podemos
afirmar que se trata claramente de la construcción de una teoría de la
democracia que complete y continúe la Teoría Crítica. Si seguimos a Dubiel (1993) , como era nuestro
objetivo, veremos que la democracia estaba vinculada a un ámbito político en
oposición a otros ámbitos apolíticos, teniendo como última referencia el
Estado. Pero estamos asistiendo a un proceso, ya anticipado por Habermas (1987) , de repolitización
de espacios y ámbitos antes apolíticos.
Los ámbitos
que, dentro de altos niveles de
incertidumbre, están sufriendo este proceso obligan a introducir sus nuevas
dimensiones en la construcción de la nueva teoría de la democracia: el ámbito
familiar, la producción y las nuevas organizaciones no gubernamentales. A
partir de estos nuevos ámbitos de politización y participación Dubiel ve
tendencias que conducen a una radicalización de la democracia, en franca
confrontación con el neoconservadurismo que veía en ellos tendencias a la
ingobernabilidad.
Las
exigencias de control participativo, la pérdida de confianza en las
instituciones de soporte, la nueva sensibilidad ante la corrupción y el abuso
de poder, el acercamiento a comportamientos políticos “no convencionales”, el
crecimiento de iniciativas ciudadanas, la politización de los ámbitos,
definidos en la teoría clásica como prepolíticos, la fluctuación electoral y la
irrupción de opciones políticas de grupos específicos, como los ecologistas y,
finalmente, una mentalidad de protesta muy consistente son vistas en el
discurso neoconservador como componentes negativos para el mantenimiento de la
democracia.
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