A finales del siglo XIX las distintas disciplinas que tienen
a la cultura como elemento clave se fueron formalizando como ciencias
nutriéndose de las viejas perspectivas de la Ilustración, la Contrailustración
o el Romanticismo. Ahora bien, cada generación intenta una modernización del
lenguaje del debate para adaptarlo a la terminología y a las escuelas
científicas de su época tal y como afirma Kuper (2001; Pág. 28):
“[…] evolucionismo a finales del siglo
XIX, organicismo a principios del siglo XX, la relatividad durante los años
veinte…Hoy, tropos extraídos de la genética compiten con la jerga de la teoría
literaria contemporánea.”
Durante el siglo XIX los grandes temas que se gestaron en la
visión ilustrada soportaron el positivismo, el materialismo y el utilitarismo, convirtiéndose, ya en el siglo XX, en la idea de una civilización universal de
carácter científico y progresista que propició el neopositivismo del Círculo de
Viena y que refleja la publicación con la que ingresan en la vida pública “La concepción científica del mundo: el
Círculo de Viena”, firmada por Hans Hahn, Otto Neurath y Rudolf Carnap
(2002;Pág. 121):
“Toda rama de la ciencia, como hemos
considerado especialmente en la física y la matemática, es llevada tarde o
temprano en su desarrollo a la necesidad de una revisión epistemológica de sus
fundamentos, a un análisis lógico de sus conceptos. Así también ocurre con los
ámbitos de la ciencia sociológica, en primer lugar la historia y la economía
política. Ya desde hace alrededor de cien años está en marcha en estos ámbitos
un proceso de eliminación de vestigios metafísicos. Por supuesto, la
purificación aquí no ha alcanzado todavía el mismo grado que en la física; por
otro lado, sin embargo, es quizás aquí menos urgente. Parece que aun en el
período de máximo desarrollo de la metafísica y de la teología, la influencia
metafísica no fue particularmente fuerte aquí, debido quizás a que los
conceptos en este ámbito, tales como guerra y paz, importación y exportación,
están más cerca de la percepción directa que conceptos como átomo y éter. No es
muy difícil abandonar conceptos tales como “espíritu del pueblo” y en vez de
ellos elegir grupos de individuos de un tipo determinado como objeto. Quesnay,
Adam Smith, Ricardo, Comte, Marx, Menger, Walras, Müller-Lyer, para mencionar
investigadores de las más diversas tendencias, han trabajado en el sentido de
la posición empirista y antimetafísica. El objeto de la historia y de la
economía política son las personas, las cosas y su ordenamiento.”
La cultura suponía un freno, una barrera para la definitiva modernización, un “último recurso
explicativo” (Kuper, 2001; Pág. 22) para justificar conductas aparentemente
irracionales, esa “stickiness”, esa
pegajosidad de la que hablan los teóricos de la elección racional. Pero la
firma creencia en que la civilización acabaría por imponerse a las tradiciones
locales, menos eficientes, se enfrentaba a una realidad distinta: la
resistencia de las subculturas paralizaba proyectos de desarrollo. Una cultura
y unas tradiciones que eran el refugio de los ignorantes o el instrumento de
los poderosos para salvaguardar sus privilegios.
Desde el punto de vista opuesto, el que nace de la
Contrailustración, el camino que se recorre es distinto, se construye desde el
idealismo, el historicismo de la relatividad cultural, la hermenéutica, para
finalizar en lo que hoy denominamos políticas de identidad.
Ciertamente la cultura siempre se construye en oposición a algo
y en el siglo XX se genera una nueva oposición que supera la vieja división entre
cultura y naturaleza, generada tras el maremoto de Lisboa de 1755. A partir de
ahora se separa la conciencia colectiva, la cultura, de la psique individual y
que servirá de base sobre la que construir la última dicotomía cultura-sociedad
y que la configuran como aquello que no forma parte de las estructuras económicas
de decisión y de poder, por cuanto se identificaba con la dimensión ideológica
de la vida comunitaria frente a la organización del gobierno, el trabajo o la
familia.
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