Resulta
fundamental la sensibilización de la sociedad del valor en sí mismo de la
cultura como parte de los derechos y el bienestar social. Es obvio que esta
implicación de la sociedad requiere a su vez que esta sociedad participe en la
propia gestión de la cultura. Se requiere más horizontalidad, más alternativas
participativas, educativas o de trabajo comunitario con los entornos, con los
espacios y con los protagonistas de la cultura que no son otros que los
ciudadanos. La vida cultural es un principio activo que genera públicos y
dinamismo social, algo fundamental en el sostenimiento de la cultura, que no es
igual al consumo cultural que solo es un principio pasivo. Tenemos claro que la
cultura, al igual que la educación, es una inversión y no es un gasto. Con la
inversión cultural y los servicios públicos de la cultura se apoyan proyectos,
artistas y creatividades, la vida cultural de los ciudadanos, la madurez y el
capital social y por tanto el progreso económico.
También
somos conscientes que muchas cosas deben cambiar y se hace necesario replantear
los modelos que nos han regido en los últimos años, a la cierta normalización
conseguida, no exenta de luces y sombras, especialmente en infraestructuras,
debemos añadir objetivos estratégicos sensatos, con nuevas políticas que se
alejen de la inestabilidad, la arbitrariedad, el oportunismo, la falta de
transparencia y la ineficacia por la falta de coordinación entre las distintas
administraciones, y como fundamental los criterios de sostenibilidad, que no
quiere decir dejación de la responsabilidad pública.
En el
actual contexto de crisis y por otra parte algo evidente ante la los nuevos
paradigmas culturales y sociales producidos por la globalización, es inevitable
una razonable auto-reconversión para sobrevivir, de artistas, de empresas, de
organizaciones culturales, de asociaciones y profesionales.
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