En
1929, Lucien Febvre (citado en Kuper; 2001, p.41-47) organizó un seminario de
fin de semana, cuya temática general se centró en la civilización “Civilisation: le mot et l’idée”. Su
exposición recogió, a modo de introducción, el debate sostenido en la Sorbona
sobre la “civilización” de las tribus sudamericanas, a las que, no mucho tiempo
atrás, la Ilustración habría calificado de salvajes.
“’Pero ya hace largo tiempo que está
vigente el concepto de una civilización de gentes no civilizadas’ (añadió el
punzante comentario de que se podía imaginar a un arqueólogo ‘hablando serena y
fríamente de la civilización de los hunos, que antes habían sido denominados
‘el mayal de la civilización’.”
Como
ya hemos mencionado el concepto arqueológico de cultura y civilización,
comienza a hacerse visible en el discurso general de la Academia. Tras los
primeros pasos, la definición y sistematización del concepto de cultura y
civilización en arqueología, fue llevada a cabo por Gustaf Kossina (citado en
Trigger; 1992, p. 157), en su obra “Die
Herkunft der Germanen” (El origen de los Alemanes), en un entorno ya
caracterizado por el nacionalismo y por las teorías racistas.
El
concepto de civilización había ido conformando dos corrientes interpretativas
distintas, por una parte, la palabra definía la propia civilización francesa,
hija de la Ilustración y considerada referente para el resto de los pueblos,
mientras que, por la otra parte, se hacía referencia a un uso etnográfico que
había iniciado su recorrido en las postrimerías del siglo XVIII. Este concepto
no suponía ningún juicio de valor, sino que se conformaba como una referencia
técnica al conjunto de características intelectuales, morales, económicas,
religiosas y políticas de la vida social de una comunidad.
Febvre
fija la aparición del término “civilisation”
en 1766, extendiéndose su uso durante la década de 1770, para incorporarse al
diccionario de la Academia Francesa en 1798.
En la
línea de evolución cultural unilineal desarrollada por el pensamiento
ilustrado, se utilizan los vocablos “salvaje” y “bárbaro”, para mostrar una
progresión entre pueblos que carecían de las cualidades de la civilización:
civismo y cortesía, junto a lo que definían como “sabiduría administrativa”. La
noción de bárbaro aparece en la antigua Grecia, con el objetivo de designar los
hablantes de una lengua no griega, para pasar posteriormente a referirse a los
pueblos no griegos, ya tras las guerras médicas adquirió el significado de
cruel, en cuanto a salvaje, también fue definido en la antigua Grecia,
relacionándolo con una variedad de seres humanos o semihumanos que
contribuyeron a configurar el contorno de la razón griega (Bartra, 1992, p. 16).
Con
base en esta línea evolutiva de progreso, se comienza a construir una “Historia
Universal” con sucesivas etapas de desarrollo, desde el salvajismo a la barbarie
y de esta a la civilización, muy cercano a las teorías de Lamarck (citado en Leclerc Buffon (Comte de) & Roig, 1854, p.
15) sobre las relaciones entre las especies:
“Diverso rumbo emprende Lamarck. No
camina como Linneo y Cuvier, de lo compuesto a lo simple, sino que en su
‘Introducción a la historia de los animales sin vértebras’, procede de los
simple a lo compuesto.”
Sin
embargo, este camino, pronto se ve cuestionado, comenzándose a admitir que, en
diferentes lugares del globo, se habían desarrollado diferentes maneras de ser
civilizado. Este cambio se produjo de forma simultánea en distintas
disciplinas: biología, lingüística, historia o etnografía, marcando el abandono
del evolucionismo unilineal, por un cierto relativismo cultural, reflejando un
giro de la actitud intelectual. El optimismo generalizado, la fe en progreso
había ido desvaneciéndose.
Una
línea diferente se había desarrollado en Alemania destacando el contenido
espiritual de la “kultur”, una tribu salvaje podía tener una civilización, en
el sentido de orden político, sin un nivel elevado de cultura espiritual.
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