4/26/2011

Desequilibrios "¿Estado del Bienestar? Ya no podemos permitirnoslo"


Estas líneas no quieren ser nada más que un proceso reflexivo, probablemente contengan contradicciones propias de una sociedad que, en mi opinión, ha perdido sustento ideológico y que deriva entre el fin de la historia patentada por el liberalismo, aunque con origen en Nietzsche, a través de la obra de Francis Fukuyama “El fin de la historia y el último hombre” y la justificación del sistema por performatividad.

Aunque matizada a posteriori, la obra de Fukuyama plantea una sociedad que ya ha alcanzado, gracias a la democracia formal y las políticas liberales, el máximo grado posible de desarrollo político. A partir de aquí se potencia la figura del técnico como persona capacitada para juzgar, reconocer y distribuir. Esta misma deriva surge en los procesos justificativos de la sociedad, la pérdida de los metarrelatos del progreso y la justicia, han propiciado una solución sistémica la performatividad.

Las dos vertientes de desarrollo, han calado profundamente en el pensamiento actual. El encumbramiento de la economía, los discursos de la eficacia y la gestión, han impregnado el discurso mayoritario alejando del mismo, conceptos como solidaridad y justicia distributiva.

Desconozco donde está el problema, pero es evidente que al utilizar el mismo lenguaje se confluye, mezclando las propuestas y contribuyendo a generar confusión. En estos momentos estamos en un proceso de recuperación de una crisis dura, y nos hemos olvidado donde está el origen de esa crisis, en una increíble desregulación del sistema financiero y una insaciable voracidad. La pérdida de referencias ideológicas, unidas al potente discurso liberal de la autorregulación, “dejemos que el mercado distribuya y autogestione los intereses y las necesidades”, han transformado la sociedad del bienestar en la sociedad de consumo. Las viejas instancias de la propiedad de los medios de producción y el aporte del trabajo, que mantenían una red de seguridad, generada por el conjunto de la sociedad, por cuanto los trabajadores eran necesarios y en una situación complicada para el trabajador encontraba el soporte social para reintegrarse y seguir adelante con su proyecto vital. El Estado del bienestar se concibió no como caridad, sino como un derecho ciudadano, una forma de aseguramiento colectivo. El Estado del Bienestar debía llegar allí donde la industria no llegaba, debía hacerse cargo de los gastos marginales del capital en busca de beneficio.

La situación actual, cuando un sector cada vez más creciente de la población tiene nulas posibilidades de reincorporarse al trabajo, se dibuja como una sociedad de consumo que favorece la exclusión por cuanto ya no necesita del trabajo para generar excedentes, pues estos se generan por procedimientos financiaros, no productivos.

Los parados ya no son la fuerza de reserva de trabajo y los repuntes económicos (los brotes verdes) ya no significan el fin del desempleo. Racionalizar la economía significa hoy (fundamentalmente para la patronal) recortar y no crear empleo y el progreso empresarial se mide por su capacidad de reconversión de los trabajadores, el cierre de secciones y reducción de personal.

Modernizar el estilo de dirección y de trabajo significa flexibilización, el mismo capital antes anclado en lo sólido (fábricas, cadenas productivas, etc.) se ha transformado en paradigma de la flexibilidad y se traslada cuando encuentra situaciones más rentables.

Esta nueva perspectiva la podemos resumir así “¿Estado del Bienestar? Ya no podemos permitírnoslo”. En efecto, las dotaciones asistenciales van pasando de ser un derecho ciudadano a convertirse en una sangría sobre el dinero de los contribuyentes, asociadas en alguna medida a través de la opinión pública, con la indolencia y la laxitud. Aunque hoy con una situación realmente compleja, el discurso se matiza.

Concluyendo, en alguna medida, se ha transformado el derecho en responsabilidad personal, y la sociedad privatiza la antigua tarea colectiva que generaba la red de seguridad.
Imagen de :
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4/15/2011

Calles limpias

El antiguo Alcalde de Madrid, hoy Ministro de Justicia, apoyado por su sucesora en la Alcaldía y entonces teniente de Alcalde, tras reducir un 27% las subvenciones a las asociaciones y fundaciones que atienden a las personas sin hogar, expone la necesidad de legislar sobre la obligatoriedad de la pernoctación de los sintecho en los albergues municipales.
El Ayuntamiento tiene siete albergues con 1.367 plazas que, en opinión de la Concejalía de Familia, serían suficientes para cubrir las necesidades.
No opina lo mismo Rosalía Portela, portavoz de Cáritas y de la plataforma de ONG que trabajan con los sintecho, creada el jueves. "Allí solo se da una atención de emergencia, pero necesitan un apoyo a largo plazo y un alojamiento estable y tranquilo", añade. Calidad y cantidad no suele ser lo mismo.
Pero esta introducción nos aleja de la intención de esta entrada. Hace un tiempo leí un fantástico artículo de Zigmunt Bauman "El sueño de la pureza" que comienza así: "Los grandes crímenes a menudo parten de grandes ideas".
Bauman nos recuerda los Narrenschiffen (barcos de locos) de los primeros tiempos de la Edad Moderna; los ciudadanos acorralaban a los locos, los embarcaban y los enviaban al mar, había que dejar las calles limpias del desorden que suponían, también menciona a la escritora norteamericana Cynthia Ozick y su opinión sobre la solución final alemana :"`fue una solución estética; se trataba de un trabajo de retoque, del dedo del artista borrando una mancha; algo que sencillamente aniquilaba lo que se consideraba disarmónico". 
Sin extendernos más, quiero expresar mi miedo ante una postura que, en mi opinión, intenta reestablecer un orden que se ve alterado por la presencia disarmónica de los sintecho, y vuelvo a Bauman y a través de su exquisita sensibilidad social me acerco a Mary Douglas y su "Purity and Danger":
"[...] equivale esencialmente a desorden. [...] Por consiguiente, si la suciedad es materia fuera de lugar, debemos abordarla a través del orden. La falta de limpieza o la suciedad es aquello que no se debe incluir si se quiere preservar un modelo".
A mi particularmente este modelo me aterra. Si a esto añadimos los incesantes impulsos de nuestras antiguas cajas para "limpiar" las viviendas adquiridas por "encima de nuestras posibilidades" con su dinero prestado por "encima de sus posibilidades" y rescatadas por "encima de nuestras posibilidades", el panorama es abrumador.

4/11/2011

Puede el multiculturalismo conducir a la segregación?

Por extraño que pueda resultar, el “apartheid” se construyó inicialmente con bases teóricas multiculturales. La gran mayoría de los afrinaker sostenían que la inteligencia humana variaba con la raza y que no existía posibilidad de civilizar a los africanos. No obstante, Eiselen (citado en Kuper, 2001, P.15), mantenía que no existía ninguna evidencia de tal teoría, asi como: “que no había raza ni nación alguna que tuviera el privilegio de liderar el proceso de civilización en el mundo para siempre”. Por tanto, para Eiselen, la verdadera base de la diferencia era la cultura y que las diferencias que generaba debían ser tenidas en cuenta:
“Si se minaba la integridad de las culturas tradicionales, se seguiría la desintegración social. Eiselen recomendaba que la política gubernamental debía estar encaminada hacia el fomento de una ‘más alta cultura bantú y no hacia la producción de europeos negros’. Más tarde, se empezó a usar el eslogan del ‘desarrollo separado’. La segregación era la vía adecuada para Sudáfrica, porque sólo la segregación preservaría las diferencias culturales.”
La escuela sudafricana de antropología, basó gran parte de sus desarrollos en la antropología cultural norteamericana, si bien rediseñando la teoría según sus propios intereses.

Multiculturalismo y Canadá

En el año 1957 se inicia en Quebec, la región francófona de Canadá, lo que se conocerá como “revolución tranquila”, un proceso acelerado de trasformaciones sociales que condujo a la modernización de Quebec e inició las reivindicaciones activas de una sociedad que pasó de un nacionalismo defensivo a reclamar nuevas competencias constitucionales.  En respuesta a tales reivindicaciones francófonas se inician, en Canadá,  las políticas multiculturales con la creación, en 1963, de la “Royal Comission on Bilingualism and Biculturalism” conocida vulgarmente como Comission B&B, y cuyo cometido se centraba en la resolución de los problemas que podía crear la existencia, en un solo país, de dos lenguas y dos culturas. En 1969 la comisión presentó su informe (Mitjans & Castellá Andreu, 2001), dividido en cuatro libros, de los que el último titulado “Cultural Contributions of Other Ethnic Group” recomendaba el bilingüismo, pero sustituía el biculturalismo inicial por un criterio multicultural, sintetizada en una batería de recomendaciones con el objetivo de impulsar un marco bilingüe en el que los diferentes grupos puedan convivir y desarrollarse, articulándose en dos ejes: la protección de las culturas y la no discriminación. En respuesta, Canadá aprobó en 1969 una Ley sobre Bilingüismo que reconocía como oficiales el francés y el inglés al mismo tiempo que promovía la contratación de francófonos en el gobierno federal. Los representantes de las minorías étnicas con origen ucraniano, húngaro o alemán, consideraron que la promulgación de la Ley vulneraba sus derechos y reclamaron la protección de sus culturas y sus lenguas. En respuesta a las demandas de sus minorías Canadá inició en el año 1971 sus políticas multiculturales aprobando el Programa de Multiculturalismo que ofrecía subvenciones destinadas al aprendizaje de las lenguas no oficiales, denominadas “heritage languages” y al mantenimiento de las asociaciones que articulaban a esos grupos minoritarios. El Primer Ministro canadiense Pierre Trudeau ( citado en Helly, 2007), estableció en su discurso, pronunciado en octubre de 1971 la profunda modificación que suponía el Programa de Multiculturalismo en la conciencia de la identidad nacional:
"El pluralismo cultural es la propia esencia de la sociedad canadiense. Todos los grupos étnicos tienen el derecho de preservar y enriquecer la cultura y los valores que les son propios. Al decir que existen dos lenguas oficiales, no decimos que tenemos dos culturas oficiales, y ninguna cultura determinada es más oficial que otra. Los objetivos consisten en proteger las libertades básicas, desarrollar la identidad canadiense, ampliar la participación de los ciudadanos, reforzar la unidad canadiense y fomentar la diversidad cultural".
Con posterioridad, en 1988, el Programa se transformó en Ley, la “Canadian Multiculturalism Act” que había sido precedida en 1986 por la “Employment Equity Act” y la “Carta Canadiense de Derechos y Libertades” de 1982 que reconoce derechos culturales, según el territorio que las diferentes comunidades ocupan. Este repertorio legislativo orienta la actuación del gobierno canadiense y establece como imperativo la actuación orientada al logro de iguales oportunidades de empleo y desarrollo, promover políticas, programas y acciones cuyo objetivo sea favorecer la contribución de los individuos y colectividades de todos los orígenes a la evolución del país; y estimular políticas, programas y acciones que permitan al público entender y respetar mejor la diversidad de los miembros de la sociedad canadiense.
La “Canadian Multiculturalism Act” define de hecho a Canadá como una tierra de individuos de todos los orígenes raciales, culturales, nacionales y étnicos. Sus objetivos principales son deslegitimar cualquier ideología de una supremacía cultural, socioeconómica y política de los canadienses franceses y de los ingleses, socializar el conjunto de la población en la diversidad cultural y desarrollar un sentido de pertenencia en todos los canadienses.