Considero importante el análisis centrado en la equivocidad, ligada al
lenguaje humano, de los conceptos. Esta equivocidad, puede convertirse en una
excelente herramienta para la creación cultural, pero al mismo tiempo existe la
posibilidad de que actúe como una seria limitación.
Quizás por ser plenamente
consciente de ello (Castro Nogueira et alii,
2005), la ciencia ha intentado conseguir, construyendo lenguajes descargados de
ambigüedades y sesgos subjetivos, que cada entidad, cada hecho, recibiera un
término asociado y sólo uno y que, a su vez, cada término del lenguaje expresara un solo concepto (Ibidem; Pág. 122):
“De existir tal lenguaje, liberado de las
limitaciones que aquejan a las lenguas naturales, entonces la ciencia podría
edificarse sobre una sola representación de lo real, el primer paso para una
ciencia positiva verdaderamente objetiva”
Realmente,
esto representa un lenguaje científico, formalista que pretende alejarse
del natural para evitar problemas como la
polisemia. El neopositivismo del Círculo de Viena y el primer Wittgenstein
(1974), sostiene que el lenguaje natural no puede servir de vehículo a la
expresión científica y es preciso, para la ciencia, la creación de un lenguaje
exacto, un lenguaje artificial que encauce y dirija el lenguaje para beneficio
de las distintas ciencias.
Al mismo tiempo,
Wittgenstein (1974) afirmaba que el lenguaje ofrecía una representación
isomórfica de la realidad: el conocimiento es la constatación de lo dado en la
experiencia y debe entenderse como su formalización lógica. Pero, el propio
Wittgenstein en sus “Investigaciones
Filosóficas” o en su “Los cuadernos
azul y marrón”, renuncia a esta visión especular, el lenguaje no puede
reflejar el mundo ni tiene como principal objetivo describirlo sino que es una
forma de conducta entre otras muchas, a cada una de las cuales Wittgenstein (Ibídem)
denominaba “juegos del lenguaje” (Spraschpiel).
Cada uno de estos “juegos” se
gestiona mediante reglas, pero para cada función las reglas son específicas,
por lo que el significado no está en la verificabilidad, debe estar en el uso.
En palabras de Wittgenstein (1988; Pág. 43): “El significado de una palabra es el uso que de la misma se hace en el
lenguaje”.
Es pues el contexto el que
da valor y significado a las palabras, por lo que es necesario evitar confundir
los contextos o juzgar uno determinado con las reglas de otro.
Así pues, Wittgenstein
evoluciona desde su posición inicial en la que plantea la necesidad de un lenguaje
científico, construido, a apoyar, con claridad, el lenguaje natural o común, en
el que el significado viene determinado por el uso que hacemos de las palabras.
En definitiva, el lenguaje natural, bien informativo, bien teórico, se extiende
desde los usos en la vida ordinaria hasta los de la ciencia. Ahora bien, las
reglas que se establecen en los usos científicos y el carácter convencional o
arbitrario del lenguaje que permite crear y utilizar signos de forma voluntaria
e intencionada, nos permite considerar aquel lenguaje lógico, en gran medida
artificial y específicamente creado para responder a las necesidades del
conocimiento como específico.
A los juegos del lenguaje
y las reglas que se establecen según los diferentes contextos, elementos suficientes
como para resultar significativos en nuestra dispersión contextual, hemos de
añadir que los conceptos son únicamente representaciones limitadas de la
realidad que además están cargadas de intenciones teóricas y seleccionan
algunos aspectos del objeto que representan, para disponer los nuevos moldes
con los que construir el conocimiento.