1/28/2015

Escrito en colaboración con mi amigo @currotroya Cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer

Cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer
En la segunda mitad del siglo pasado (1962), Thomas Kuhn publicó —mientras ejercía la docencia en la Universidad de Princeton— una de las obras más decisivas en el campo de la filosofía de la ciencia: ‘La estructura de las revoluciones científicas’.
Su tesis central nos mostraba un enfoque relativo a la naturaleza de las teorías científicas y como la ciencia cambia y se transforma a lo largo del tiempo. Kuhn se opuso a la concepción tradicional que suponía el conocimiento científico como acumulativo. Frente a esa postura afirmó que la ciencia avanza de manera discontinua, a saltos cualitativos y no por incrementos acumulables de saber. Para explicar esa discontinuidad, esencial para su teorización, Kuhn acuñó una serie de conceptos: paradigma, ciencia normal, revolución científica y comunidad científica.
No es fácil establecer una definición de paradigma por lo que decidimos tomar prestada la que ofrecieron los hermanos Castro Nogueira junto a Nogales Navarro: “es una amalgama de creencia básicas, métodos, conceptos y valores compartidos por una comunidad científica”. Los conceptos de ciencia normal y comunidad científica son mucho más sencillos: Por un lado la comunidad científica es el conjunto de las personas que desarrollan su trabajo en el campo científico y, por otro, denominamos ciencia normal a la que se desarrolla en un período dominado por un paradigma.
Ahora bien, ese período de ciencia normal quiebra cuando no puede dar respuesta a ciertas anomalías que llegan a poner cuestión los cimientos del paradigma. Es lo que podemos denominar ‘revolución científica’: una situación en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer.
Esta larga introducción no pretende sino convertirse en el sujeto metafórico de la actual situación de nuestro país. Finalizado el franquismo, asumimos de forma conjunta la tarea de democratizar y modernizar el país. Establecimos, pues, unas creencias básicas, unos métodos de gestión de lo común, unos conceptos sobre Estado, democracia y pueblo y unos valores compartidos por toda la comunidad de ciudadanos. En definitiva, generamos un paradigma que ha sido el que ha regulado la ‘política normal’ durante estos años. Pero, del mismo modo que en las revoluciones científicas, el paradigma que soportaba la política de nuestro país comenzó a no ser capaz de dar respuesta a las anomalías que cuestionaban y destruían su propio canon hasta destruir la confianza ciudadana en la que se asentaban sus bases.
Del mismo modo, en los cambios paradigmáticos, los márgenes de la actividad científica —o sus homólogos de la actividad política— comienzan a desarrollar teorías heterodoxas que pueden llegar a construir una nueva trama de creencias, métodos, conceptos y valores que se acabarán compartiendo y configurarán el nuevo paradigma que regule la ‘nueva política’ y que sustituirá al antiguo.
Cuando esto ocurra la revolución habrá terminado y comenzará un nuevo ciclo de ‘política normal’. Mientras no se consiga articular el nuevo morfema político que aglutine todos los contenidos necesarios para ese nuevo paradigma, el impasse de la crisis se prolongará.