Con este modelo asumimos como opción teórica preferente que la identidad y la
conducta de los individuos son inseparables de sus inclusiones sociales, por lo
que la única posibilidad de conocer al individuo pasa necesariamente por el
conocimiento de la exterioridad social en la que se desenvuelve.
Este modelo teórico nos va
a acercar a conceptos diferentes que mantienen lo social como hilo conductor.
Así pues podremos hablar de estilo de
vida y habitus con Bourdieu
(1988, 1991), de imaginario social
con Castoriadis (1994), de discurso
ideológico con Ibáñez (1979) u Ortí (1986) o de clase cultural con Barker y Beezer (1994).
Quizás el autor más
cercano a nuestros planteamientos pueda ser Pierre Bourdieu (1988, 1991, 1991,
1996) pese a las dificultades que presenta dado que su obra desborda cualquier clasificación.
El concepto fundamental que Bourdieu utiliza es el concepto de habitus como teoría de socialización
mediante el cual se adquiere un sentido entrópico que permite el mantenimiento
del sistema social. Pero dejemos que sea el propio Bourdieu quien nos hable del
habitus (1991; pág. 92):
“Los condicionamientos asociados a una clase
particular de condiciones de existencia producen habitus, sistemas de
disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas
predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como
principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones que
pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda
consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones para alcanzarlos,
objetivamente reguladas y regulares sin ser el producto de la obediencia a
reglas y, a la vez que todo eso, colectivamente orquestados sin ser producto de
la acción organizadora de un director de orquesta.”
Pese a las resistencias
que el análisis sistémico me produce y su evidente limitación, Bourdieu, junto
a las pinceladas añadidas por Berger y Luckmann (1968) y Sloterdjick (2004) o a
la posterior construcción de Castro Nogueira et alii (2005) que construyen
junto al habitus el denominado fluxus, constituye el soporte más
eficiente de este marco teórico.
Desde este modelo teórico
la investigación cualitativa se centrará en el intento de descubrir los
contenidos y los límites o fronteras de las corrientes culturales en las que se
construye la identidad y personalidad de las personas. Creo que, desde esta
posición teórica, cuando se reúne un grupo el investigador no puede aspirar a obtener
resultados que hablen de motivación, interés, actitud o emoción, sino que el
objetivo es acercarse, a través del lenguaje, a las formas culturales y
sociales en que esa persona se ha socializado y a los discursos que la
sustentan. Así pues, el interlocutor válido en palabras de Castro Nogueira et
alii (2005; Pág. 477) será:
“[…] no es propiamente el individuo concreto de carne y hueso, sino un
interlocutor virtual estereotipado, que reúne en sí el conjunto de corrientes
sociales, de representaciones, gustos, sensibilidades y elementos ideológicos
que componen el retrato robot con el que la persona puede identificarse y por
el que puede interesarse.”
El individuo pierde aquí
su protagonismo porque se pone el acento sobre el mundo social en el que se desenvuelve.
No obstante, es evidente que este modelo margina elementos fundamentales de la
realidad social tal y como la percibimos, las personas también actúan al margen
de las estructuras y los sistemas de orden que regulan las relaciones y existe
la capacidad de recreación de las normas culturales. Estamos, por tanto, en una
situación de retroalimentación, el ser humano es un producto social pero al
mismo tiempo debemos ser conscientes de que lo social es un producto del ser
humano, planteamiento que desarrollaron Berger y Luckman en su obra “La construcción social de la realidad”
de 1968. En esta situación coincido plenamente con Strauss y Corbin (2002) en
que el investigador ha de fijar su atención a los procesos de interacción
cultural y social, mediante los cuales se reconstruyen y actualizan
constantemente las convenciones sociales y se establecen los mecanismos por los
que se resuelven los conflictos, demostrando la capacidad para adecuar esos
mecanismos a las circunstancias particulares en las que se producen.
Nos situamos pues, en un
marco teórico que intenta acercar aquellas teorías, tanto sociológicas como
antropológicas que intentan explicar la cultura y la sociedad en función de un
complejo conjunto de variables con capacidad de establecer nomologías y las
orientaciones más individualistas que, dentro de teorías como la de la elección
racional o la de juegos, intentan representar la conducta humana como una
creación individual aunque regulada por complejos algoritmos.
Al movernos en este modelo
la estrategia metodológica fundamental es la observación y el análisis de
discursos, esencialmente verbales, a través de los que el investigador puede
acceder al imaginario cultural y social correspondiente. Y dentro de estas
estrategias las técnicas que entiendo más adecuadas son el grupo de discusión y
la entrevista en profundidad, aunque alejándose de sus orígenes, de su carácter
clínico, reorientándose hacia el análisis de un discurso culturalmente definido
y configurado como imaginario colectivo. Por último, frente a la
representatividad extensiva que busca la investigación cuantitativa, la
investigación cualitativa intenta la reproducción experimental de las
relaciones estructurales permitiendo, de ese modo, la producción de los
discursos culturales adscritos a determinadas posiciones sociales.